¿En qué punto categórico me encuentro?
No padezco de la vanidad digna del Barroco.
Si adolezco de una medianía, pero no de la más pura.
No desvelé todos mis trapos sucios en el cuaderno, ni todos los sentimientos de odio, tristeza, ni grandeza atrapados por la terquedad.
Más bien, hay cosas que solo soy consciente de que existen cuando las escupo ante el folio.
¿En qué punto categórico me hallo?
No anhelo un podio, ni nada semejante.
No persigo un sonido danzante que invite de una manera obligada a mi mano a garabatear.
¿Puedo, acaso, encontrar mi sitio en alguna clasificación?
A pesar de mi aversión por las etiquetas, estoy seguro de que acabaré asignado a la antítesis de algo.
Abstracto, no, estoy lejos de ese velo diáfano; no lo tengo en la mente ni en los labios al desentrañar un sentimiento.
Siento que me acomodo mejor en aquella butaca en la línea media del concepto.
No puedo amordazarme ante las letras seductoras, tampoco ante las sílabas que con fervor dan forma a la palabra escritor.
Un trazador de rayitas, un no-arquitecto de trazos, que por la dinámica del supuesto azar, de ese atrevimiento tambaleoso, todo se materializa en intentos de poemas.
Puede que ese sea mi lugar, justo en esa banqueta del punto medio, no en la butaca, siento que no soy capaz de acomodarme en ese frío estrecho suspendido.
El imbécil, sí, ese soy yo, el inaudito ente que con la presión ejercida por los dientes evita escribir en cada renglón una pregunta, para acabar fallando en ese intento.