Bajo el manto plateado de una luna inusualmente opaca, me encuentro en un estado inerte, con la mirada fija al frente. Cara a cara me enfrento a un ser misterioso que despierta en mí un torrente de temor. Una corriente avasalladora me envuelve, vistiendo mi ser de preocupación, como si fuera un delincuente a punto de asaltarme. Me siento impotente para expresar su apariencia en palabras, o tal vez caigo preso de una maquiavélica artimaña que socava mi capacidad de redacción.
Este ente se dirige a mí en una lengua ajena, desconocida para mí. Me resulta arduo comprender cómo logro asimilar sus palabras, mientras se acerca con cautela, demandando saber por qué lo observo.