En ese ambiente impregnado de un fuerte olor a incienso, me planteo si podré plasmar su esencia en el lienzo sin recurrir a tecnologías, tan solo mediante la magia de la sugestión, concediendo al observador una vívida y tangible experiencia de este aroma.
El prado desborda una inmensa variedad de fragancias, pero es el incienso quien galopa con mayor ímpetu en mis fosas nasales. Trae consigo recuerdos difuminados, como una factura de ricota, un licuado de durazno y una sucesión de escenas que despiertan emociones. Me resisto a caer en la tentación de sobreponer mi imaginación para reconfigurar esos momentos, pues no podría afirmar con certeza su autenticidad. No obstante, sé que así funciona la memoria.
¿Dónde quedé? Ah, sí. Una factura de ricota, un licuado de durazno y una sucesión de situaciones que avivan el espíritu, entre ellas, un partido de fútbol en las calles del barrio, las calles inundadas por el embate de una tormenta, un viaje sin rumbo fijo, una caja de alfajores con un sabor particular y una plétora de momentos aún más vívidos. Sí, muchos más... al menos eso creo. Muchos más...