Mis labios trazaron mentiras y su engaño se propagó en silencio. En el espejo, me desvanecí en un torbellino de confusión, perdí el rastro de mi auténtica identidad. Ahora, mi conciencia navega en la penumbra, ajena a los sutiles roces con mi ser. A veces, me elevo como un valiente desafiando el destino, otras veces, me convierto en una marioneta en manos ajenas. Solo en la soledad encuentro certezas, afirmo con vehemencia, en ese vacío que me envuelve.
Los renglones guardan una carga más profunda, una frustración insondable. Sin embargo, aunque los días y sus descendientes se deslicen mientras escribo, prefiero detenerme, pues este cuerpo necesita el dulce descanso que anida en el sueño. Tristemente, el deber del letargo clama su reclamo y he aquí la prueba.