Por naturaleza, soy indiferente, pero no en su totalidad. Existen situaciones que excepciono, como esta salvaje a la que, en tan solo diez minutos, debo asistir. Quién hubiera imaginado que el inexorable devenir traería consigo una tragedia, obligándome a ponerme las medias y salir.
Me dirijo hacia un velorio, a escasas cuadras de mi morada habitual. Sinceramente, no deseo acudir, pero los designios de una obligación ajena me constriñen a ello. No mencionaré nombres, ni enunciaré parentescos o conexiones, pues tales menciones resultan superfluas en este instante que tan solo pretendo escupir.
Este sentimiento adquiere tintes de cuento, donde el drama parece preceder al propio momento. Me restan tan solo cinco minutos antes de arribar, y el tiempo siempre parece adherido a mí como un proverbio incansable. Sin embargo, antes de adentrarme, es necesario cuestionarme si seré capaz de sobrellevar el pesar externo que me aguarda.