Cada trazo garabateado,
cada elocuencia catatónica, emerge ya de manera automática. Ahora no existe una emisión estática de algo, únicamente un estremecimiento conjectural, una mierdosa turbación vertiginosa que sofoca mi confianza.
El dibujo,
el verso inclinado,
la incertidumbre, se han convertido en una constante que persiste, los he consumido y ahora solo los exprimo, sin que aparezca nada,
sin que haya una descripción inmutable, sino más bien una conjetura.