Ostigo el cuaderno todos los días, a cada hora, ya da igual si llego temprano o tarde, antes de terminar el día, el folio arde ante este mar de letras que expanden un incognoscible bienestar.
Sirven como eje, como núcleo, como preludio, a priori, al actuar de la muerte.
Hoy, día viernes, se ciernen mis quince minutos de ocio ante la ingrata hermandad que juré con el demonio de la escritura.