Fastidio impío

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La carta pregonaba que yo sucumbiría primero, en una tinta desgastada, casi enmohecida, como si hubiese aguardado durante largo tiempo su lectura, ¿me pertenece o no?

Transcurrieron un par de años, aún pervivo, uno de los últimos en mantenerse en pie. Aún atesoro la carta, la tinta se halla cada vez más carcomida por el óxido.

Todos han fenecido, salvo yo.
Debo inferir que aún respiro. Contemplo la carta de forma intermitente. Hace tiempo que la tinta se ha esfumado.
Experimento una carencia interna, un sentimiento de fastidio impío y soporífero me comprime.

No perecí, mas quedé solo.
Siempre lo estuve, mas no resultó desventurado vivir rodeado de espectadores.

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