No me siento capaz ni siquiera de ascender la mitad de un peldaño. No hay artificio capaz de desterrar ese desolador sentimiento.
¿Cuánto daño se alberga en esta mente mía, me pregunto cada vez que la opresión amenaza con sofocarme? He buscado refugio en mil objeciones, pero ninguna encuentra solaz en mi ser. A decir verdad, no es que ellas se conformen conmigo, sino que yo no me resigno a aceptarlas. Ahora bien, ¿qué debo hacer? Pregunta sin adornos, sin destellos literarios que enmascaren su crudeza. En medio de este caos, no hay más remedio. Es lo que me repito a diario, al descender de la cama, apoyando mis cansadas extremidades inferiores. No me siento hecho para la vida, pero aun así, persisto.