Cinco minutos de un cobarde

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Perdí la esperanza,
el resonar matinal,
la tranquilidad en la vigilia, y solo persiste un ardor, un ardor incesante, acompañado de esa comezón que a veces aqueja a los hombres en sus partes íntimas.
Si se me permite otro comienzo, no me vería capacitado para abrazarlo, pues he experimentado tantos, y muchos afirmaron ser los definitivos; supongo que este marca el ocaso,
el marfil se quiebra,
el cristal de los recuerdos se torna translúcido, y el regusto a menta del chicle, poco a poco, se desvanece de mi paladar.

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