Te encontré en aquella parada de autobús, igual de radiante e inocente, pero no puedo asegurar al cien por ciento que así fuera. Siempre he aprendido a desconfiar de mi propia mirada. Me miraste, te sorprendiste y evitaste el contacto visual, supongo que es un comportamiento humano natural de pies a cabeza, pero yo no lo hice, mantuve mi promesa.
Continué mi camino, adentrándome en una pérdida de tiempo matutina, reflexionando sobre infinitas posibilidades en las cuales tú me mirabas. Incluso mi imaginación te otorga tanto aprecio, y eso me resulta curioso. ¿No se suponía que era yo quien debía estar enojado?