El berrinche de un niño

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No puedo evitar sentirme como un niño pequeño ante el cuaderno, cautivado por su presencia.
Juego con sus páginas, sumergiéndome en un mar de emociones que se desatan con cada trazo de tinta.
Si me lo arrebatan, las lágrimas brotan como un torrente desbocado, revelando la profunda conexión que he tramado con ese objeto tan simple pero significativo.

Sin embargo, esta cercanía casi mágica, aunque fascinante, también me confina. Me encuentro atrapado en la limitación inherente de las palabras, en la frontera finita de un abecedario que parece insuficiente para expresar plenamente mi alma inquieta. De la "a" a la "z", estas letras parecen insuficientes para dar forma concreta al vendaval de mis pensamientos y contradicciones.

En este laberinto de metas, me pierdo entre objetivos y expectativas que se multiplican como enredaderas voraces. La sensación de no lograr avances se aferra a mi esperanza, carcomiendo la certeza de que todo esto no es más que una ilusión inservible. No hay riquezas materiales ni recursos infinitos para alimentar los anhelos de este hechicero de palabras.

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