A veces tras el follaje.
A veces bajo las raíces, conversando con las lombrices.
Este prado, un pedazo de tierra campestre, no hace sino seducirme, abandonar el tumulto,
la cúspide del bullicio humano,
el trajín mundano, y reposar bajo el faro lunar.
Tres jornadas son las que me restan, a expensas de esta cautivante letanía,
el gallo ya no me despertará, lo hará esa fastidiosa señal acústica,
se irá el resonante azote del viento entre las hojas de aquel manzano,
desaparecerá la compañía de la inmensa penumbra.
No puedo permitirme sucumbir al sueño, permitir que la pausa inconsciente me asfixie.
¿Qué murmullos compartirán los gorriones al no hallarme en el mismo paraje?