Final.

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¿Cómo decirte adiós?

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¿Cómo decirte adiós?

"Heme aquí, ya al final, y todavía no sé qué cara le daré a la muerte."~ Rosario Castellanos.

Croacia,Madrugada. 

A veces la vida nos muestra que realmente debemos disfrutar las pequeñas cosas, que debemos abrazar con más fuerza a quienes amamos y que sin importar nada, siempre debemos saber lo frágil que es la vida, tan frágil que puede esfumarse en un misero instante.

El maldito tiempo se habia agotado, era demasiado tarde como para salvarla de ese maldito bastardo, mis gritos era lo único que se escuchaba en el maldito jet, queria que realmente se apurara para llegar a rescatar a mi muñequita.

Lo único que podía imaginarme era el gran dolor que seguramente estaba experimentando, sabía que la obligarían a ver como mataban a cada uno de los que ella amaba, Magnus queria debilitarla al punto de que ella dejara de pelear, sabía que con nosotros vivos ella lucharía hasta el final y realmente eso era tan asquerosamente horrible que tenía ganas de asesinar a ese bastardo por pensar en provocarle ese dolor a mi muñequita.

—Escuchen—rugí al ejército que se encontraba en el jet de ataque—. No sabemos en qué condición encontraremos a los rehenes, la orden principal es protegerlos y salvarlos, el equipo Beta se encargará de abrirnos paso al equipo Sigma, mientras el Zeta crea una distracción para sacar a la mayor parte de guardias de ese lugar ¡¿Quedó claro?!

—Sí, señor—gritaron todos al unisonido.

—Bien—murmuré—. Regresemos a casa sanos y salvos... es una orden.

Volví a tomar asiento al lado de mi padre, quien me miró con una pequeña sonrisa de reconforté. No teníamos idea de cómo mierda saldríamos con vida, no solo nos enfrentábamos a los Lombardi y Schiavone, sino a todo el maldito ERR.

—Vaya estrategia de Nikolaev—gruñí.

—Dios—murmuró mi padre—. Confía, hijo, ese hombre no tiene malas intenciones... su plan es una mierda, pero estoy seguro de que funcionara... no esperan su llegada... creen que solo seremos nosotros.

—Hay mil maneras de que eso salga mal—me quejé.

—Igual de cabezota que yo a tu edad—gruñó rodando los ojos—. Tranquilízate, te prometo que los llevaremos a salvo a todos... ¿De acuerdo?

—Está bien—murmuré con cierto fastidio—. Gracias por venir...

—No me perdería por nada del mundo patearle el trasero al culpable de que mi hijo se volviera loco hace dos años—murmuró risueño—. Hazme un favor, petémosle el trasero con fuerza para que no vuelva a levantarse el hijo de puta.

Asentí.

El jet comenzó con las maniobras de aterrizaje a un kilómetro del dichoso cine, en cuanto vi por la ventana supe que ahí era donde se encontraban todos. Mi cabeza se encontraba realmente confundida en realidad, no desconfiaba de los hombres que me habían dado la información, pero tampoco podía desconfiar de alguien tan cercano a los ministros y menos culparlo con las pocas pruebas que habían aparecido.

Sólo tú. Mi dulce tormento.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora