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En el hospicio, la mañana avanzaba lentamente mientras la lluvia, que iba cesando, tamborileaba contra las ventanas.

En la sala común, varios ancianos se habían reunido alrededor de una mesa, disfrutando de su té y galletas mientras conversaban en voz baja. La televisión murmuraba en un rincón, ignorada en favor de la charla que mantenían.

— ¿Han escuchado lo que dicen que ocurrió en el puente? — preguntó la Sra. Kim, una mujer de cabellos plateados y ojos brillantes, quien se inclinó hacia adelante, como si compartiera un secreto, susurrando, con curiosidad y preocupación.

— Sí, escuché algo de ello. Dicen que alguien intentó saltar anoche — respondió el Sr. Lee, sentado a su lado, quien asintió lentamente, expresión era seria.

El Sr. Han, que siempre parecía estar al tanto de los últimos rumores, se inclinó hacia adelante.

— He oído que era el hombre sin luz — dijo en voz baja, genuinamente preocupado.

Un silencio cayó sobre el grupo. Todos sabían a quién se refería.

— Ah... Kim Dan... — repitió la Sra. Kim, sacudiendo la cabeza con tristeza — Pobre chico... Siempre ha parecido tan perdido desde que su abuela murió.

— Sí, lo veía pasar cada mañana camino a la tienda, nunca sonreía — dijo la señora Kang... quien era la única persona mayor que salía a dar sus vueltas por el pueblo — Siempre con esa expresión tan apagada... como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros.

El Sr. Lee, un señor un poco gordito y bigotón, quien tenía una pipa en la mano, se removió incómodo.

— Escuché que alguien lo detuvo justo después de saltar.

El Sr. Han asintió.

— Dicen que fue un joven que iba corriendo por ahí...

— Ojalá encuentre la paz y la ayuda que necesita — dijo la Sra. Park suavemente — Nadie debería sentirse tan solo, y nadie debería de llegar a ese punto tan bajo de su tristeza como para querer tomar esa triste y tan deseperada decisión.

— Esperemos que así sea — añadió la Sra. Kim, mirando por la ventana hacia la lluvia que continuaba cayendo, como si reflejara las lágrimas no derramadas de aquellos que sufrían en silencio — Temo por ese chico...

Mientras tanto...

Dan despertó en la habitación individual del hotel del pueblo, la luz del amanecer filtrándose a través de las cortinas, revelando un espacio modesto y desconocido. Apenas había asimilado dónde estaba cuando decidió que debía irse, evitando la posibilidad de toparse con alguien que lo reconociera.

Estaba desnudo, ya que toda la ropa que traía estaba empapada por la lluvia, que ahora estaba completamente seca, y doblada en una silla cerca suyo.

De golpe se levantó y se vistió rápidamente para salir por la puerta, agradecido por el anonimato temporal que el hotel le proporcionaba.

Caminó por las calles del pueblo con la cabeza baja, evitando las miradas de los pocos transeúntes que encontraba. Sus pasos resonaban en el pavimento mojado, y la sensación de ser observado lo acompañaba, como si se tratase de una sombra.

Sin rumbo fijo, el castaño llegó nuevamente al puente, el mismo que había sido escenario de su desesperación la noche anterior.

El sonido del agua que iba fluyendo debajo de él le ofreció una extraña sensación de paz. Sus ojos se posaron en unas escaleras que descendían hacia el nivel del río. Sin pensarlo demasiado y curioso, comenzó a bajar.

El nivel del río era un santuario de tranquilidad, lejos de las miradas curiosas y los murmullos del pueblo. Encontró un lugar para sentarse, una roca plana cerca de la orilla, y se dejó caer con un suspiro. Aquí, podía respirar sin sentir el peso del juicio ajeno.

Las horas pasaron lentamente, el sonido del agua y el canto ocasional de un pájaro creaban una sinfonía de soledad. El fisioterapeuta se perdió en sus pensamientos, recordando eventos que lo habían llevado hasta este punto nuevamente, las decisiones y desgracias que parecían perseguirlo como si de un fantasma atado a una cadena se tratase.

A medida que el día avanzaba, el cielo comenzó a cambiar. Los tonos grises de la mañana dieron paso a los dorados de un hermoso cielo azul completamente despejado de la tarde. El sol hacía su recorrido habitual lentamente, pintando el cielo con colores cálidos y resplandecientes.

La hora dorada, ese momento efímero donde el mundo parecía un poco más hermoso, llegó y envolvió el paisaje en una luz tersa.

Dan levantó la vista, sus ojos admiraban la belleza del momento. Por un breve instante, permitió que la paz del comienzo del atardecer llenara su corazón. Aunque el dolor y la desesperación seguían presentes, había algo en la hora dorada que le recordaba que aún existían momentos de belleza en el mundo, incluso en los rincones más oscuros de su vida.

Fue en ese momento que Dan se levantó, sabiendo que aunque el día estaba a nada de llegar a su fin, tendría que enfrentar la noche y todo lo que traería consigo.

Dan regresó al pueblo, con una sensación de vacío en el pecho, y también en el estómago, como si las horas pasadas junto al río no hubieran hecho más que profundizar su tristeza. Caminó hacia la playa, donde las olas susurraban un consuelo lejano y constante. Encontró un lugar en la orilla, justo donde el agua alcanzaba su punto más alto,se quitó su calzado y se sentó, abrazando sus rodillas.

Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. Recordaba la noche anterior con una claridad demasiado exacta y muy dolorosa: la lluvia fría, su desesperación abrumadora y el abrazo inesperado de aquel hombre misterioso que, por algún motivo, se parecía a él.

Había sentido una extraña conexión en ese abrazo, algo que no podía explicar pero que había tocado lo más profundo de su ser.

— ¿Qué se supone que debo hacer ahora?

Recargó la cabeza en sus rodillas, y sin importarle ya nada, porque no había nada que le pudiese importar, empezó a llorar en soledad, sus sollozos eran un grito desesperado de auxilio, una llamada a alguien que quisiese consolar y acompañarlo en su dolor.

[FANFIC/AU] Prometo Hacer Las Cosas Bien: ACTO I (Jinx)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora