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— ¿A dónde vamos hijo?

— Ya verás abuela... Es una sorpresa — dijo Dan, a quien se le notaba una mirada vacía, mientras cargaba con unas bolsas en las que cargaba sus cosas y las de su abuela, mientras empujaba la silla de ruedas — No falta mucho.

— ¿Y de... De verdad renunciaste?

— Sí... Ya que... — dijo Dan, pero dudó un segundo para saber si contarle la verdad del por qué renunció a trabajar en el gimnasio — No me sentía cómodo abuela... Hubo un malentendido, y... Empezaron a tratarme mal.

— Ay hijo, y se veía que esos muchachos siempre te trataban bien — dijo la abuela.

— Sí... Me trataban bien — dijo Dan, en un tono nostálgico.

Han pasado días desde la descalificación, la derrota y la cirugía de hombro de Jaekyung. Mucha gente del gimnasio empezó a cambiarse a otros gimnasios para entrenar ya que no estaban en el equipo del campeón. Dan pudo sentir una gran tensión en el ambiente, los días siguientes a la pelea donde Dan pudo sentir el desprecio de muchas personas.

Recordó claramente cuando un chico pisó mal, teniendo un ligero dolor en el pie, Dan estaba a punto de tratarlo rápidamente, al momento de poder hacer su trabajo, uno de los que estaba auxiliando al chico se interpuso y mencionó que no hiciera nada, que quizá podía causarle una lesión grave, justo como pasó con Jaekyung con su pelea.

Esto, más las acusaciones en su contra por un supuesto sabotaje, y la fatídica noticia de que su abuela ya estaba en las últimas y con el miedo de que ya no pudiese costear una estancia en el hospital, estaban abrumando al hombre de 29 años. La única cosa que lo hacía olvidarse de todo aquello eran los momento que compartía con aquella mujer que lo cuidó desde que prácticamente era un bebé. Su abuela, Kim Hyejin.

[Nota: Como aún la abuela no tiene un nombre oficial, así la bautizaré en esta historia, o si quieren la llamo Heena (igual que a la de Solo es un contrato)]

— Mira abuela, llegamos — dijo Dan, quien había doblado la esquina hacia la izquierda, haciendo que la anciana alzara la cabeza y contemplara lo que ambos tenían delante de ellos. Los ojos de la mujer se abrieron con un asombro inmenso.

Con algo del dinero de su último pago, el de cabello castaño claro compró dos boletos para llegar al pintoresco pueblo de donde ella provenía. Sus manos, que solían ser hábiles y precisas en su trabajo como fisioterapeuta, ahora llevaban consigo el peso de una promesa, una promesa de cumplir el último deseo de su amada abuela. 

Ahí estaba, la playa de la cual no volvió a ver desde los 10 años, hasta ese preciso momento.

— Danny... ¿De verdad? — dijo la anciana, su voz sonaba con felicidad — ¿Esto no es un sueño?

— No, esto es verdad, abuela — dijo Dan, quien se pasó a un lado de la silla de ruedas, arrodillándose quedando a la altura de la mujer — Es la playa de la cual me contaste... Es igual de hermosa como la describes tú...

— Dan... Es... tan... es tan hermosa como la recuerdo... yo... nunca pensé que volvería a ver esta playa en mi vida — las lagrimas se hicieron presentes en los ojos de la mujer mayor — ¿Por eso anduvimos mucho tiempo en ese tren?

— Así es... Sabes que haría cualquier cosa por tí — dijo Dan, quien se acercó a la mujer, y con su pulgar le secó las lagrimas a su abuela, tocando por un momento su arrugado y terso rostro — Siento que por la escuela, y el trabajo... te abandoné en ese hospital... Pero te prometo que voy a aprovechar cada día para estar juntos.

A pesar del agotamiento y la tensión que pesaban sobre él, Dan no podía permitirse el lujo de descansar durante el trayecto en tren. Sus pensamientos tumultuosos lo mantenían despierto, dándole vueltas una y otra vez en su mente. Sin embargo, cuando finalmente el cansancio lo alcanzó, se desplomó en un sueño agotado, con la cabeza apoyada en el hombro de su abuela, encontrando un breve respiro en el abrazo reconfortante del sueño. Al igual que su abuela, él necesitaba un respiro de la velocidad de la gente de Seúl.

— Hijo, ya no puedo correr como antes... Ya estoy mayor.

— No tanto eso, sino salir en la noche, sin preocuparnos por encontrarnos a esos ladrones, comer cosas de las que te gustan, por cierto, oí que hay un puesto de tteokbokki cerca de aquí muy bueno, podemos estar un rato aquí, mojandonos los pies en el agua del mar, sentarnos aquí en la arena...

— Ay, mi niño... Eres un ángel — dijo la abuela, tocando con su suave y algo arrugada mano, en rostro de su nieto, quien no tardó en poner su mano sobre la de la mayor, haciendo que el ojimiel curvara sus labios esbozando una sonrisa — Pero bueno... Vamos más para allá, quiero sentir un poco el sol y la arena

— Vale entonces — Dan se acercó más a una banca cercana, dejando sus cosas encima de la banca.

Ambos estaban vestidos con la poca ropa que tenían, Dan llevaba una camisa blanca, algo coludida y su chamarra y tenis gris y unos pantalones de mezclilla gastados y enmendados, mostrando las señales del desgaste de sus recientes desafíos. La abuela vestía una blusa con un estampado floreado, unos pantalón de vestir rosa algo desgastado, y en la cabeza, llevaba un paño que Dan le había regalado cuando volvió de su viaje de Estados Unidos, y que presumió con orgullo en su tiempo en el hospital, y sus ya gastados zapatos marrones.  

Dan observaba a su abuela con cariño mientras ella disfrutaba de la brisa marina y el sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla. Su abuela, con sus ojos llenos de gratitud y amor, le había pedido este último favor, y él estaba determinado a hacer que cada momento valiera la pena.

[FANFIC/AU] Prometo Hacer Las Cosas Bien: ACTO I (Jinx)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora