PEQUEÑUELO

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PERSPECTIVA DE ETHAN.

—¿Nathan, te gustaría ir a jugar futbolito de mesa en mi departamento?—pregunté mientras conducía dejando atrás el dichoso restaurante donde Samwell nos había jodido la noche. Observaba a Nathan por el retrovisor y él miraba a través de la ventanilla trasera. Giró su cabeza buscando la mirada de April, pero ella estaba sumida en sus pensamientos.

«Maldito Samwell. Maldito todo aquel que se creyera con derechos sobre ella».

—¿Mamá?—la llamó mientras jaló de su brazo.—¿Podemos ir a casa de Ethan?—ella le dedicó su atención sin entender de que hablaba. Su mente estaba a años luz de allí.—¿Escuchaste? Me invitó a jugar futbolito de mesa, vamos.

—Es un poco tarde Nate, quiero ir a casa...

—Vengan conmigo, April.—pedí suavemente. No iba a dejarla sola, podía ver en sus ojos el dolor que estaba sintiendo y mucho menos los dejaría sabiendo que Nathan comenzaría hacer preguntas más temprano que tarde. Iba a estar allí para ser su apoyo y soporte.

—De acuerdo.—aceptó y Nathan chocó cinco conmigo cuando pase mi mano hacia atrás.

Me alegró que al menos el semblante de Nathan cambiara totalmente, en cuanto llegamos, volvió a sonreír y a sentir curiosidad por todo cuanto le rodeaba. Jeannette lo adoró en cuanto lo vió, le di un breve recorrido y lo dejé con Jeannette en la sala de juegos mientras él le enseñaba a manipular las palancas del juego.

Volví a la estancia pero April, no estaba. La hallé en uno de los baños con fuertes arcadas. El picante había surtido efecto. Me arrodillé a su lado y tomé su cabello. Ella me hizo un ademán para que saliera.

—Tranquila, déjalo salir.—me quedé a su lado como haría siempre que tuviese la oportunidad. Estaba pálida y con cabellos pegados de su frente por el sudor.

Se levantó dando tumbos y la sostuve hasta que pudo mantenerse. Se limpió y al salir tomó asiento en un sofá. Parecía estar muda, odiaba que se sintiera avergonzada y no me hablara, que no dejara salir toda esa tormenta que sentía dentro.

—Te prepararé un té.

—No es necesario, ¿Dónde está Nate?—miró en todas las direcciones.

—En la sala de juegos, con Jeannette.

—Creo que deberíamos ir a casa...—estaba incómoda y evitaba mi mirada.

—Nena, pueden quedarse aquí. De hecho esperaba que lo hicieran.—me acerqué a ella para romper con esa sensación de lejanía. Levanté su quijada para que me mirara y no me gustó lo que vi.

—Tú... no tenías que hacerlo...

—¿Él qué?—cuestioné arrugando la frente.

—Podía haber tomado la copa y disimulado...

—¿Por qué tendrías que disimularlo, April? No comprendo porque es el fin del puto mundo que estés embarazada.—no quería discutir con ella, pero odiaba que todo a su alrededor fuese importante, excepto nosotros y lo que estábamos viviendo. Exhalé queriendo soltar la ira e inspirar calma.—¿Crees que fue mi culpa?

—No, no... es solo que pudo haber sido de otro modo.—mentía y lo sabía, de cualquier forma, Samwell habría reaccionado mal.—...O eso quiero creer.

—No te castigues, no es justo que cargues con prejuicios ajenos. Me valen tres quintos de mierda lo que crean. Me interesa lo que pienses y quieras tú, April.

—Quería hacer las cosas distintas por Nate.—se quejó, hundiendo la cara entre sus manos.—Ahora no sé que piensa, ni sé como abordar el tema.

—Es un niño estupendo, estoy seguro de que esto no cambiará nada. Será un gran hermano mayor.—declaré con vehemencia.

TERCER ENCUENTRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora