JODIDO

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—Necesito que ella llegue a su casa sana y salva

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—Necesito que ella llegue a su casa sana y salva.—pedí al rubio señalando a Montserrat quien acababa de tomar una copa de una de las bandejas que llevaba un camarero que pasaba justo a nuestro lado, logró tomar un sorbo antes de que se la quitara con suficiente exasperación.

—Espere, señor, creo que no hay nada que yo pueda hacer al respecto más que llamar un taxi y eso podría haberlo hecho usted mismo.—bufé en cuanto le escuché.—Si tanto le preocupa el bienestar de su amiga le aconsejo que se ocupe usted mismo.—soltó mirando a Montserrat despectivamente y dando marcha para irse.

—Tengo que hablar con April...—expresé sin darme cuenta de lo urgido que sonó mi requerimiento, como si se tratase de vida o muerte. Alexander detuvo su andar al escuchar el nombre de su amiga y se volvió.

—¡Oh vamos chicos! ¿Quién me llevará a casa?—preguntó aburrida Monserrat. Mientras Alexander y yo actuamos como si nadie hubiese hablado.

—Ella ya no está aquí, Ethan.—me informó y supongo que mi rostro reflejo mi desencajo porque su hostilidad se suavizó.

—Escucha, no entiendo que sucede o sucedió entre ustedes e intuyo por tu gesto que ella no te resultó del todo indeferente.—cambió de postura a una más "amigable."—Sé que esto no me concierne pero April es mi amiga y no merece recibir más daño... espero que puedas entenderlo y tengas la amabilidad de mantenerte a raya. Le deseo una feliz noche Sr. Montes de Occa.

Mis manos se fueron directo a mi cabello en un reflejo incesante de frustración.-¡Maldición! ¿Qué diablos estaba sucediendo con mi autocontrol? Este tipo tenía toda la razón. April no me era indiferente; él se refirió a ella en tono solemne y protector. No permitiría que la lastimaran, ¡Maldición, maldición, maldición! ¿Porqué cada vez necesitaba saber más sobre ella y la sentía tan lejos de mi alcance? Necesitaba escuchar de su propia boca todo sobre ella y eso me estaba enloqueciendo. April ya no estaba en el restaurante y seguir allí carecía de sentido.

Recordé vagamente que a mi lado seguía una Montserrat en espera de ser llevada a su casa. Exhalé fuerte y me dirigí fuera del local con ella.

Allí nos esperaba Eugene, quien intento disimular su desconcierto al ver a Monserrat de mi brazo. Me miró un par de veces por el retrovisor una vez estuvimos dentro del auto en marcha y un atisbo de preocupación permaneció en su rostro hasta que dejamos a Monserrat en su casa sin ningún contratiempo.

El resto del camino a mi departamento no fue más que un viaje lleno de reproches mentales a mi mismo. Comencé a repasar todo desde el inicio y de pronto me hallé en mi despacho con un vaso lleno de whisky en una mano, un cigarrillo en otra y una mente llena de recuerdos: El accidente y su expresión incrédula la primera vez que nos vimos. Mis ganas de reprenderla por su irresponsabilidad al cruzar un semáforo en rojo. Seguidamente el miedo y pánico de sus ojos evaporaron cualquier molestia y dieron paso a una desbordada preocupación por ella que hasta el momento no abandonaba mi ser.

Me invadió el cálido recuerdo de su aroma que desprendía como si allí mismo estuviese, maldije una vez más para mis adentros, ese sentimiento me ahogaba en angustia. Me ví a mi mismo enredado entre sus piernas, su sonrisa iluminando su rostro, sus suspiros y gemidos de placer en mi oído, su felicidad al verme. Fue como una bofetada el tener que reconocerme a mi mismo que debía rendirme frente a lo que estaba sintiendo. Verla hoy había quebrado algo en mí. "No, no, no. No podía estar enamorandome de April, no podía enamorarme de ella ni de nadie." Mientras más me concentraba en negarlo más desesperado me sentía. Era sumamente agotador intentar tapiar un sentimiento que constantemente amenazaba con salir y echar raíces.

De ella y con ella anhelaba lo que me había prometido hace muchos años no volver a querer con nadie. Querer dolía y podía destruirte, yo lo sabía de primera mano. Se colaban en mi mente un par de recuerdos a los cuales no les permitía salir con frecuencia pero esta noche estaba totalmente jodido y mi mente tenía la libertad de hacerme lo que quisiera, aunque luego lo lamentara, era hora de dejar salir todo el dolor y permitir que me destruyera.

Era totalmente capaz de reconstruirme nuevamente al día siguiente...

TERCER ENCUENTRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora