Chapter 82

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Valentine.

A veces siento que nací con mala suerte.

Cada cosa que planeo o hago sale muy contrario a lo que quiero.

Muevo mi cuello un poco lejos del filo de la espada. El sujeto de cabellos verdes, me apunta amenazadoramente.

Fue culpa mía al pensar que no estaba en la iglesia.

-¿Se pierde muy a menudo su alteza?

Quito la magia en mis ojos, Ludwing está a mi lado temblando, diciendo que buscará a Xion. Le mando un mensaje que el solo puede ver.

'Tranquilo'

-Yo...-hablo la boca para hablar-lo siento, desde que lo ví yo...me enamoré de usted.

Quiero lavar mi boca por las palabras absurdas que estoy soltando.

-No creí que a su alteza le gustará mentir.

-¡No es mentira!-le grito mirándolo con ojos honestos-¡Me gusta! Escapé del castillo para venir aquí y conocerlo...

-Su alteza.

-Me puse los ojos de otro color porque estos ojos rojos no son bienvenidos.

-Su alteza.

-¡Lo amo!

Agachó mi cabeza dejando poner mis ojos llorosos sin que los vea.

La espada se aparta de mi cuello, el la guarda en su funda, le veo acercarse. Si no estuviera atado mi actuación sería mejor que la de ahora.

Los dedos fríos afirman mi barbilla, obligandome a mirar sus ojos verdes, el Cardenal Ryan seca mis lágrimas.

-No creo que estés siendo sincero.

-No le miento, yo realmente lo amo. Se que soy joven, pero lo que siento en mi pecho cuando lo miro, es como una droga enfermiza.

Tengo tantas ganas de matarte que apenas puedo aguantarlas.

-¿Una droga?

-Puede hacer lo que desee, si matarme le complace estoy dispuesto a entregar mi cuello-le miro más profundamente-y si no quiere mi cuello, le daré mi imperio.

Sus ojos se enfrían.

Cierro mis ojos esperando que al abrirlos mi vergüenza se haya ido para decirle otras palabras más.

Un sabor a frutas inunda mi boca, me quedo sin saber reaccionar al beso del dragón verde. Al abrir mis ojos y mirarlo me doy cuenta de su expresión fría.

Está probandome, quiere saber si lo que digo es verdad.

Cierro mis ojos, y aunque el asco llena mi garganta las aguanto, sigo su beso un buen rato, fingiendo inexperiencia hasta que por falta de aire me suelta.

-Cardenal Ryan...-me sonrojo-es mi primera vez.

El se lame el labio, y sin decir alguna palabra se va de la habitación, a penas esa puerta es cerrada escupo en el piso, hago arcadas o grito por algún ácido que deshaga el toque de la boca del dragón en la mía.

-¡Que asco! Mi boca, Ludwing, busca algo para mi boca.

-Estuviste cerca de la muerte, no creí que te salvarían tus actuares absurdos.

-¡Ese tipo toco mi lengua!¡Wuahj!

-Escandaloso.

-¡Le he sido infiel a mi hombre!

-No están juntos.

-Cállate.

Ambos observamos la puerta al sentir un ruido a lo lejos.

-¿Viene alguien?

-El Cardenal, está volviendo.

-Oye, es mi idea, o ese cardenal tiene un gusto extraño.

-Había escuchado de un chico al que amaba en el pasado, era débil, llorón, sumiso, y un poco astuto.

Le miro.

-Se suicidó.

Oh.

Si puedo agarrar al dragón con la guardia baja, ¿Seré capaz de quitarle ese collar?

-Dile a los demás que se retiren, yo me encargaré de Ryan, diles que se concentren en atacar las otras iglesias, que le prendan fuego si es necesario.

-¿Crees que Xion te dejé?

-Lo tendrá que hacer, porque... mataré al dragón.

Puede que sea una basura por usar su debilidad, pero lo que le hizo a los abuelos y a Ludwing...

Supongo que estaremos a mano.

Veo abrir la puerta, pongo una sonrisa brillante al ver al dragón. Su mano trae una soga, tengo un mal presentimiento sobre eso, pero se que no me matará.

Por lo menos, aún no.

-Ha vuelto...-susurro felizmente. 

El suelta mis amarras, y con una expresión fría deja la soga alrededor de mi cuello.

Como una correa para perro.

Quiero matarlo.

-Sigueme-ordena, tirando la cuerda y haciendo presión en mi cuello.

Le sigo tranquilamente por el pasillo, observó las ventanas que nos rodean, hay una fuerte tormenta afuera, entrecierro mis ojos.

Sería bueno tener un relámpago.

El color blanco cae causando un fuerte sonido, aprovecho para abrazar la cintura del dragón.

-¡Tengo miedo!

Vaya, no creí que mi petición se convirtiera en realidad.

El Cardenal se pone tenso, sujetando mi mano que lo rodea, otro trueno suena a mi favor, vuelvo el agarre más fuerte, haciendo temblar mi cuerpo.

-Salveme señor-la voz quebradiza sale de mi garganta en un suplico.

Su cuerpo se da la vuelta para mirarme, tomando mis manos me guía a una habitación vacía, dejándome suelto en el sillón, el se concentra en encender la chimenea y cerrar las cortinas.

-Su abuelo debe estar buscándolo.

Me quedo callado ante la suposición del dragón.

-Mañana a primera hora volverá al palacio.

Abro mis ojos sorprendido.

-¿No puedo quedarme con usted?

El se apoya en la pared.

-No, su alteza no pertenece a este lugar.

Bajo mi cabeza enterrando mis uñas en el sillón.

-No quiero...

La puerta se abre de golpe, el Cardenal frunce el ceño al ver quien ha interrumpido.

Mi cuerpo se paraliza con solo ver la túnica familiar del sujeto que me confundió con Ludwing.

-Obispo.

El plan de escape del hermano menorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora