Capítulo 85

400 74 6
                                    


La pequeña cabaña rustica que alguna vez fue símbolo del amor entre Bella y Edward, estaba ahora envuelta en un silencio sepulcral. Los muros, que fueron construidos para acoger sus promesas, parecían más fríos, más distantes, como si percibieran la inevitable separación que se avecinaba. Bella estaba de pie junto a la chimenea apagada, su piel tan pálida como el mármol. Ya no quedaba rastro de las lágrimas humanas, pues como vampira, el llanto no le era posible. Pero su dolor era tangible, una sombra oscura que la envolvía.

Edward entró en la sala con pasos deliberadamente lentos. Sus ojos dorados, que alguna vez habían brillado con devoción hacia ella, ahora solo reflejaban un profundo pesar. Se detuvo a unos metros de Bella, el espacio entre ellos cargado de todo lo que no podía decirse fácilmente.

—Bella —pronunció con una voz baja pero cargada de significado— tenemos que hablar.

Ella se giró lentamente hacia él, su rostro inmóvil, pero sus ojos fijos en él con una intensidad gélida. Sabía que algo estaba mal, pero en el fondo no quería enfrentarlo.

—Edward, ¿qué sucede?

El cobrizo respiró profundamente, un gesto más por costumbre que por necesidad.

—Desde que te convertiste… algo cambió. No solo en ti, sino en todo lo que éramos. —en su voz se notaba tensa, como si las palabras le causaran un dolor físico al pronunciarlas.— Creí que convirtiéndote no te perdería, y pensé que eso sería lo más difícil de aceptar, que ibas a ser como yo. Pero me equivoqué.

Bella frunció el ceño, sin entender completamente a qué se refería.

—Edward, te dije que fue la única manera de salvarme... Nuestro bebé...  Pero lo perdimos de todos modos—dijo con un tono frío, distante.— Fue culpa de… de todo lo que ocurrió, de lo que Jacob y Cleo nos hicieron…

Edward negó con la cabeza lentamente.

—No, Bella. No fue culpa de ellos. Fue… fue culpa de todo lo que te negaste a ver. De lo que te aferraste, incluso cuando te estaba destruyendo por dentro. —Hizo una pausa, observando la reacción en su rostro— Tu obsesión con Jacob, tu incapacidad para dejar ir… eso fue lo que nos llevó a este punto.

—¿Me estás culpando por perder a nuestro hijo?—preguntó Bella con dureza, llenas de una furia contenida.

—No te culpo, Bella. Solo digo que tus emociones, tu negativa a soltar lo que ya no podía ser tuyo, te llevaron a este camino. Y me duele decirlo, pero eso también nos destruyó a nosotros.— Edward dio un paso hacia ella, sacando un pequeño anillo de su bolsillo— Bella, lo que fuimos… ya no existe. No somos compañeros destinados. Y seguir pretendiendo lo contrario solo nos llevará a más sufrimiento.

Ella miró el anillo en su mano, el símbolo de un amor que había creído eterno, ahora reducido a una simple pieza de metal sin vida.

—¿Qué estás diciendo, Edward?

—Estoy diciendo que no puedo seguir en esta relación, Bella. No después de todo lo que ha pasado. Necesito seguir adelante… y tú también.—expresó con palabras firmes, pero llenas de una tristeza infinita.— Te dejo la casa. Espero que encuentres paz, aunque ahora, como vampira, el camino será más difícil. Pero esto es lo mejor… para ambos.

—¡Pero ni siquiera llevamos un año de casados! ¡Seré la burla del pueblo!

Edward la miró con decepción.

—No tenía en cuenta de que esta situación acabaría así cuando te propuse matrimonio, pero veo que nisiquiera te importa mis sentimientos... Crees que todo el mundo gira hacia ti, y no... No gira entorno a ti. —aclaró con voz gelida y decepcionado— Por lo otro... No podrás llegar a eso. Recuerda el acuerdo con mi familia, debes fingir tu muerte. 

Bella se quedó inmóvil, observando cómo Edward se daba la vuelta y se dirigía hacia la puerta. No hubo lágrimas, no hubo sollozos. Solo un vacío creciente en su pecho, una sensación de pérdida que ni siquiera la inmortalidad podría reparar.

La puerta se cerró detrás de él, y el eco resonó en la vasta mansión, ahora más vacía que nunca. Bella estaba sola, sin lágrimas, sin aliento, pero con un dolor que la atravesaba más profundo que cualquier herida física. La casa, que una vez fue un refugio de amor, se convirtió en un mausoleo de lo que alguna vez tuvo y perdió.

Una Impronta diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora