76- La niña en la jaula dorada

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Entre los primeros recuerdos en la memoria de Eli, estaban en una casa en muy mal estado. Era una niña, viviendo en una pequeña aldea lejos de la capital del reino de Britania.

Había un bebé llorando, al que ella ayudaba a cuidar, mientras que su madre se dedicaba a cocinar lo que salía a recolectar. En ese momento, Eli tenía tan solo siete años.

El bebé no se callaba y su madre lo ignoraba, no era la mejor relación entre ellos. A veces su madre se emborrachaba y la golpeaba, pero después le pedía perdón, ese patrón se repetía seguido en la vida de Eli.

Fue un día cuando alguien tocó la puerta, y había una mujer de cabello negro y ojos azules, de mediana edad, siendo escoltada por varios caballeros de la caballería sagrada del templo.

Esa mujer explicó a su madre, que esa niña era la futura santa. La madre de Eli no cedió, pero no fue por amor a su hija exactamente, no quería darles nada gratis a personas que se veían bien vestidas.

Cuando vio a un asistente de la santa ofrecerle algunos lingotes de oro, la mujer quedó maravillada y empujó a Eli con ellos.

—No me tengas rencor hija mía, en ese lugar estarás mucho mejor que aquí.

Esas palabras quedaron grabadas en su mente, ya que fueron las últimas palabras de la mujer con quién se había criado toda su vida. Cuando fue entregada al templo, sus clases habían comenzado.

Por lo contrario, sus cuidadores fueron muy amables con ella. Incluso en la medición de poder sagrado, se descubrió que esa pequeña niña, tenía mucho más poder sagrado que la propia santa.

Fue un descubrimiento excelente para el papa, fue así que Eli creció en ese lugar. Sin embargo, cada vez que estaba en el jardín del palacio observaba el cielo.

Sola se fue dando cuenta que estaba dentro de una jaula dorada, no podía hacer todo lo que quisiera, jamás se le permitió salir, debía leer libros y ropas que el templo le diera.

En cuanto cumplió los diez años, fue cuando comenzó a ser reconocida como la futura santa y empezó a atender a los enfermos de la ciudad. Fue una labor de su agrado ver a las personas enfermas y heridas recuperarse gracias a ella, pero cuando veía una familia feliz, sentía que algo le faltaba.

Más tarde fue cuando aprendió sobre que tipo de sentimientos eran esos. A pesar de eso, no se le permitía renunciar ni mostrar algún sentimiento negativo al público.

Mientras crecía, la otra santa le cedió el puesto y ella tuvo que seguir cumpliendo esas labores de forma obligada. Hasta que un día comenzaron a abrirse grietas, tuvo que dar lo mejor de sí para proteger a las personas.

Cuando llegó a la adultez, fue cuando había llegado a la edad de los veintes, cuando todo se desmoronó.

Murió de la forma más trágica, todo el pueblo al que había ayudado, los caballeros que la protegían, el papa y el rey actual, todos le dieron la espalda y la dañaron apenas fue acusada.

Cuando se dio cuenta, frente a ella estaba su cuerpo convirtiéndose en cenizas. El guiador de almas fue completamente pasado por ella.

En su alma, el poder divino seguía intacto y eso le había dado libertad para moverse donde ella quisiera. Se fue al inframundo para reunir todo el poder necesario, pero, aunque estuvo en lo más profundo del lugar, su alma no fue infectada.

"Nunca los dejaré en paz, los dioses que me dieron esta maldición, los mataré".

Tras quinientos años absorbiendo maná, pasaron un par de años más cuando se dio cuenta de cómo podía cruzar los mundos. Fue en ese entonces cuando fue al mundo divino.

El camino de un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora