Introducción.

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El sonido del reloj de pared era lo único que rompía el silencio en el pequeño apartamento.

Las manecillas avanzaban con una monotonía irritante, pero a Katherine le resultaba reconfortante. Era un ruido constante en una vida donde nada lo había sido, todo era un constante caos.

Sentada en el borde de la cama, observaba la luz tenue que se colaba por las cortinas movidas con suavidad por la brisa nocturna.

Katherine había aprendido a no esperar nada de la vida, a no pedir más de lo que podía soportar y, teniendo en cuenta todo por lo que había pasado, una vida tranquila era lo mínimo que merecía. Todo por lo que tuvo que pasar la perseguía constantemente: traiciones, pérdidas, dolor. Y ahora solo quería desaparecer, deshacerse entre las sombras y las sábanas de su cama.

Pero no estaba sola.

Él la observaba. Lo había estado haciendo desde hacía tanto tiempo que casi resultaba imposible de precisar, pero ella no tenía ni idea. Para ella misma, ella sólo era una chica más en el mundo, una mota de polvo en el universo a la que nadie debía darle importancia.

Pero para él, ella lo era todo.

Había algo en su manera de caminar, en la forma en que sus hombros caían ligeramente hacia adelante, como si estuviera cargando el peso del mundo. Algo que lo había cautivado desde el primer momento que la vio.

Haël la seguía a distancia. No por miedo a ser descubierto, debía tener todo calculado, cada roce, cada encuentro casual sin mayor importancia.

Él sabía cómo ser invisible.

Las emociones eran un misterio para él, un misterio que nunca se había tomado la molestia de intentar resolver. No sentía culpa, ni empatía, ni dolor, ni preocupación ni mucho menos el amor que todos describían como un revoloteo de mariposas incómodo en el estómago.

Pero la fascinación que sentía por aquella mujer era distinta.

Era algo crudo, casi animal, algo que lo mantenía despierto por las noches, pensando en ella, en su rostro triste y la vulnerabilidad que desprendía sin siquiera saberlo.

Desde la oscuridad, Haël había aprendido todo sobre ella. Sus rutinas, sus gestos. Sabía a qué hora salía de su apartamento, cuántos pasos daba desde la esquina hasta la puerta de la tienda que se encontraba al final de la calle.

No entendía el por qué, pues nunca había sentido nada por nadie más que por él mismo, pero anhelaba que ella le notase, que le mirase a los ojos, poder ver más allá de aquellos ojos marrones que miraban con tanto dolor el mundo.

No deseaba que le mirase sin más, no, en absoluto, él deseaba con todas sus fuerzas que Katherine le viese cómo lo que era: lo único que realmente podría salvarla.

Porque él estaba convencido de una cosa: ella necesitaba ser salvada, y nadie que no fuese él podría hacerlo y, aunque así fuese, él no estaba dispuesto a permitirlo.

Parado en la acera justo al otro lado de la calle, Haël observaba las luces apagadas en el apartamento de Katherine.

Podía verla, sentada en el borde su cama observando un punto fijo. Estaba tan hermosa, tan hermosa como la primera vez que la vio, tumbada en el suelo de un callejón, atrapada por ese asqueroso buitre.

Se lo merecía, aunque tal vez debió explayarse un poco más en su trabajo, una semana había sido un corto periodo de tortura en comparación a lo que ese malnacido se merecía.

Pero ella al fin estaba a salvo, a salvo de cualquier peligro externo.

Entonces una idea surgió en su mente, él la protegía de los peligros que pudieran acecharla entre las sombras, pero....¿quién podría protegerla de su propia oscuridad?

Fue algo hipócrita y él lo sabía, quería protegerla de la oscuridad de su interior, pero quería envolverla con la de él.

La chica se acercó a la ventana y cerró los ojos, dejando que la brisa fresca golpease delicadamente su rostro.

Y entonces algo nació dentro de aquel hombre, un impulso empezó a crecer en su pecho.

Era hora, ya no bastaba con observarla desde lejos.

Aquel sería el día en que ella supiera de su existencia.

Ese día comenzó lo inevitable.

Lo que estaba predestinado a suceder.

Haël y Katherine se conocieron.

O, tal vez, ya lo hacían.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora