Capítulo 34.

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Haël solía reír cuando alguien mencionaba el concepto de "hermanos de sangre". Era un gesto simbólico, casi ritual, que veía en películas o escuchaba en historias antiguas, pero él nunca necesitó ese tipo de prueba. Lucas, desde el primer momento, había sido su hermano. Era una conexión que trascendía lo físico, lo palpable. Su vínculo era profundo, construido a través de los años, de los golpes y las risas, de los silencios que se entendían sin palabras y las discusiones que, aunque encendidas, jamás dejaban cicatrices.

El primer recuerdo que tenía de Lucas siempre volvía en forma de imágenes vagas, casi como una película granulada y borrosa. Haël tenía unos siete años y acababa de mudarse con su familia a aquel barrio nuevo, un conjunto de casas idénticas, con jardines demasiado perfectos, como si intentaran ocultar las imperfecciones de quienes vivían dentro, sin embargo, la casa de Haël era una de las pocas que parecían sacadas de una película de terror. Aquella tarde en particular, había salido con una pelota vieja bajo el brazo, con la esperanza de encontrar algo más que paredes blancas y setos recortados.

Lucas apareció como una ráfaga de viento. Un chico flaco, con el pelo alborotado y las rodillas llenas de raspones, montado en una bicicleta que parecía demasiado grande para él. Se detuvo en seco frente a Haël, con una sonrisa amplia, desafiante, como si lo retara a hacer algo, aunque ninguno de los dos sabía qué.

—¿Juegas al fútbol? —fue lo primero que le dijo Lucas.

Haël, sin pensarlo, le lanzó la pelota como respuesta. Y así empezó todo.

Los días después de eso se convirtieron en una rutina compartida, una especie de pacto silencioso. Después de la escuela, ambos se encontraban en el parque del vecindario, donde pasaban horas pateando la pelota, inventando juegos, imaginando aventuras en las que ellos eran los héroes invencibles. En esos días, el mundo era sencillo. No había más problemas que decidir quién sería el delantero o si jugaban en el equipo de los buenos o de los malos. Y siempre, siempre, Lucas estaba ahí, como una constante en el caos que se desataba a su alrededor.

Con los años, su amistad se fortaleció, como una cuerda que, con cada nudo, se volvía más resistente. Compartían todo: las primeras travesuras, los castigos, las cosas aburridas del colegio. Lucas siempre tenía una idea loca, una forma de hacer que lo ordinario se convirtiera en algo extraordinario. Como aquella vez en la que, en pleno invierno, decidieron construir un fuerte en el bosque. Aún recordaba el frío que quemaba sus manos y las mejillas, y cómo Lucas insistió en que el fuerte debía tener una "puerta secreta". Haël, como siempre, se dejó llevar por la energía de su amigo, aun sabiendo que la nieve terminaría colándose por sus botas y que sus madres los regañarían por llegar a casa empapados. Pero valía la pena. Siempre valía la pena.

Lucas tenía esa habilidad. Convertía lo mundano en épico, como si cada día fuera una oportunidad para algo grande. Y Haël, quien a menudo se sentía atrapado en sus propios pensamientos, encontraba en su amigo una especie de escape. Cuando estaban juntos, nada parecía imposible. Pero no todo eran juegos y risas. Hubo momentos en los que su amistad fue probada, como aquella vez en que casi se meten en problemas serios por intentar colarse en el viejo almacén abandonado al otro lado de la ciudad.

Habían escuchado rumores de que allí guardaban algo "secreto". Ninguno de los dos sabía qué, pero la idea de descubrirlo se había convertido en una obsesión. Después de semanas de planificar, finalmente decidieron ir una noche. Mientras se arrastraban por las sombras, Haël sintió el miedo colarse en su pecho, pero cuando vio a Lucas avanzando sin dudar, sintió el impulso de seguirlo. Su amigo siempre había sido su brújula, la persona que, sin importar lo perdido que estuviera, lo guiaba.

Sin embargo, la aventura casi terminó mal. Uno de los guardias los descubrió, y tuvieron que salir corriendo a toda velocidad, con el corazón latiéndoles en los oídos. Cuando finalmente llegaron a un lugar seguro, escondidos detrás de un contenedor de basura, Haël soltó una carcajada. Para él, aquello era una victoria. Para Lucas, era un recordatorio de que Haël siempre iba un paso más allá, y él estaba destinado a seguirlo, aunque significara enfrentarse al peligro.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora