Capítulo 30.

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Vincent había recorrido un largo camino para llegar hasta esa base, con el viento nocturno golpeándole el rostro y el peso de lo que estaba a punto de hacer aplastándole el pecho. Su traición, aunque premeditada, no dejaba de roerle la conciencia. No siempre había sido así. Había seguido a Haël durante años, siendo parte de su círculo más cercano. Pero las cosas habían cambiado, y él no había tenido otra opción. Al menos, eso se repetía cada noche antes de dormir, mientras intentaba convencerse de que lo que estaba haciendo era por necesidad, no por cobardía. Se encogió en su abrigo mientras se acercaba a la vieja fábrica donde la banda rival del club de Haël tenía su base. El lugar estaba desolado, abandonado hacía décadas, pero seguía funcionando como un punto de encuentro entre sombras y secretos.

La fábrica estaba rodeada de autos estacionados en un círculo casi ritual, como si fueran guardianes del caos que se gestaba en su interior. El crujido del metal oxidado y el eco de sus pasos resonaban en la oscuridad, haciendo que todo pareciera más siniestro. Los hombres que custodiaban la entrada lo miraron con desconfianza, pero tras un breve intercambio de palabras y una mirada de reconocimiento, lo dejaron pasar. Vincent sabía que estaba cruzando una línea de la que no habría retorno.

En el centro de la fábrica, un pequeño grupo de hombres esperaba en silencio. No se escuchaba más que el viento aullando entre las grietas de las ventanas rotas. La figura que más destacaba era la del líder de la banda rival, sentado en una vieja silla de hierro oxidado, bajo la tenue luz que caía desde una bombilla parpadeante. Sus ojos eran oscuros, calculadores, y su porte, aunque relajado, irradiaba una autoridad peligrosa. Un aura de poder que envolvía a todos los presentes, haciéndoles sentir como simples piezas en su tablero.

Vincent tragó saliva, sintiendo cómo su garganta se secaba con cada paso que lo acercaba al líder. Había visto a ese hombre antes, lo conocía por su reputación. Frío, implacable, alguien que no dudaba en ensuciarse las manos cuando la ocasión lo requería. Y Vincent lo había elegido como su nueva lealtad, esperando que eso le diera alguna ventaja. O, al menos, la oportunidad de mantenerse con vida.

Cuando por fin estuvo frente a él, apenas pudo levantar la vista. Su estómago estaba en un nudo, la culpa latiendo en su pecho como una herida abierta.

—El aviso ha sido entregado —murmuró Vincent, apenas audiblemente, como si temiera que las palabras lo devoraran por dentro.

El líder no respondió de inmediato. En su lugar, llevó una mano enguantada al bolsillo interior de su abrigo y sacó una foto, que sostuvo con desdén entre sus dedos. La imagen reflejaba algo tan perturbador como trivial, dependiendo de cómo se viera. Katherine. Sonreía, caminando despreocupada por una acera, totalmente ajena al peligro que se cernía sobre ella, al hecho de que alguien había estado siguiéndola, capturando cada instante desde las sombras.

Vincent no pudo evitar dirigir una mirada furtiva a la foto, sintiendo un peso opresivo en su estómago. Sabía lo que Katherine significaba para Haël. Y sabía también lo que estaba en juego. Esta no era solo una simple advertencia. Era un movimiento en un juego mortal que había comenzado mucho antes de que él se diera cuenta.

El líder de la banda sonrió, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, mientras inclinaba la cabeza ligeramente hacia un lado, observando la imagen con una mezcla de diversión y triunfo.

—Perfecto —dijo finalmente, su voz grave y controlada—Todo sigue su curso. Tal como lo planeé.

Sus palabras resonaron en el aire frío de la fábrica, haciendo eco en las paredes vacías como una sentencia. Para Vincent, fue como si el suelo bajo sus pies se volviera más inestable. El líder mantenía la foto en alto, observándola con cuidado, como si el rostro de Katherine en la imagen fuera una pieza clave en su intrincado plan. Una amenaza velada, una promesa oscura.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora