Capítulo 2.

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"Si un hombre me engaña una vez, me avergüenzo de él; si me engaña dos veces, siento lástima de mí."
-Edgar Allan Poe.

El rugido del motor de la moto resonaba en el aire tranquilo de la tarde, rompiendo el silencio del campo. Haël se sentía como un rey en su corcel de metal, su cabello ondeando al viento mientras avanzaba por la carretera que lo llevaba de regreso a la que fue su casa de la niñez. El paisaje se deslizaba a su alrededor, un mosaico de recuerdos entrelazados con sombras de un pasado que nunca se desvanecería del todo.

Las nubes se disolvían en un cielo despejado, y a cada kilómetro que recorría, el bullicio de su antigua vida se hacía más palpable. Había pasado años lejos, pero sabía que los ecos de su vida anterior lo aguardaban en cada rincón de ese lugar. La adrenalina en sus venas se mezclaba con una sensación de anticipación, una chispa de locura que había aprendido a abrazar.

Al girar en la última curva, la silueta de la antigua casa se dibujó en el horizonte. Era una estructura desgastada por el tiempo, pero en su mente, siempre sería el castillo donde su historia había comenzado. A medida que se acercaba, una mezcla de nostalgia y ansia se apoderaba de él. La risa y los gritos de alegría que surgían del patio lo atrajeron como un imán.

Cuando finalmente llegó, sus antiguos camaradas, la banda de despreciables que una vez había liderado, lo rodeaban. El aire vibraba con una energía intensa; los asesinos y camellos se agolpaban, sus rostros iluminados por la emoción. Al ver a Haël, estallaron en vítores.

—¡Haël!—gritó uno de ellos, un hombre robusto con cicatrices que cruzaban su rostro—¡Has vuelto!

La alegría era contagiosa. Era el regreso del hijo pródigo, el hombre que había hecho temblar a la ciudad con su nombre. En ese momento, sintió el poder que siempre había tenido sobre ellos, una corriente eléctrica de adoración que lo envolvía. Los abrazos, los gritos, las palmaditas en la espalda lo hacían sentir invencible. Pero había algo más, algo oscuro que lo seguía como una sombra.

Sin embargo, entre la multitud, una figura se destacó, con la mirada fría como el acero. Su padre. La expresión de desdén en su rostro era inconfundible. El aire se volvió denso cuando sus miradas se cruzaron.

—No tienes nada que hacer aquí, Haël. Lárgate—gritó su padre, la voz retumbando en el aire como un trueno.

Haël se detuvo, el motor de la moto aún zumbando suavemente, y se giró hacia él. Una sonrisa perturbadora se dibujó en su rostro, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y locura.

—¿Intentas echarme? ¿De mi propia casa? Oh, Carlos, no sabes lo que dices—respondió, su tono sereno, pero con un leve tintineo de locura que hizo que la multitud se detuviera en seco, observando la confrontación.

Un silencio tenso se instaló, y Haël sintió cómo la euforia de sus seguidores crecía. Ellos siempre habían sido su refugio, su ejército leal, mientras su padre representaba la figura del orden y la moralidad que él había despreciado desde siempre.

—Ven aquí, viejo —continuó, avanzando un paso hacia él, como si la amenaza no fuese más que un juego—No te preocupes, no te morderé... todavía.

La multitud contenía la respiración, ansiosa por el desenlace de este choque entre padre e hijo, mientras la oscuridad del pasado comenzaba a desbordarse una vez más en la vida de Haël. Su padre, con el rostro tenso y la mandíbula apretada, no retrocedió.

—No tengo tiempo para tus juegos, Haël. Has estado fuera demasiado tiempo, creando un nombre para ti mismo entre criminales. Este no es tu lugar—replicó, su voz un susurro cargado de odio.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora