Capítulo 21.

8 2 0
                                    

El eco de los pasos resonaba en el vasto interior del almacén abandonado. Las sombras se extendían sobre las paredes oxidadas y los ventanales rotos dejaban entrar apenas los últimos rayos de luz del atardecer. Era un lugar olvidado por la ciudad, donde solo quienes se movían en los márgenes de la sociedad se atrevían a entrar. Un sitio donde los negocios más oscuros ocurrían lejos de las miradas curiosas.

Haël estaba en el centro de ese caos silente, observando cómo sus hombres descargaban cuidadosamente las cajas de madera que contenían su mercancía: armas de fuego, cargadores, y municiones de todo tipo. Llevaba puesta su chaqueta de cuero negro, esa que había llegado a ser parte de su identidad, la misma que había usado la tarde anterior con Katherine. Ahora, su mente estaba fría, calculadora, enfocada en el presente. No había lugar para distracciones en ese tipo de operaciones.

Frente a él, en la penumbra, se encontraba el líder de la banda con la que estaban haciendo el trato. Alarcón, un hombre corpulento y de mirada astuta, observaba el proceso con una mezcla de impaciencia y satisfacción. A su alrededor, una docena de sus hombres esperaban en silencio, todos armados, todos atentos. Era claro que confiaban en Haël, pero en estos negocios, la desconfianza nunca estaba del todo ausente.

—Buen material, Haël —comentó Alarcón, rompiendo el silencio—Siempre cumples.

Haël apenas le dedicó una mirada, asintiendo con un gesto breve. Había aprendido hacía mucho tiempo que en estos encuentros, las palabras eran innecesarias a menos que fueran esenciales. Las acciones hablaban más alto, y la mercancía que acababan de entregar lo hacía por él.

—Son las armas que pediste —respondió Haël, su voz tranquila, controlada—Modelos nuevos, sin números de serie. Te darán la ventaja que necesitas.

Alarcón sonrió, pero era una sonrisa cargada de tensión. A pesar del ambiente aparentemente tranquilo, todos los presentes sabían que cualquier movimiento en falso podría cambiar el rumbo de la noche. Este era un trato delicado, uno que podría fortalecer alianzas o desatarlas completamente.

Uno de los hombres de Alarcón, más joven y con expresión dura, se acercó a una de las cajas, abrió el seguro y levantó la tapa. El brillo metálico de las armas se reflejó en sus ojos, y él asintió en señal de aprobación. Sacó una pistola, la sopesó en sus manos, luego otra, verificando cada detalle con cuidado.

—Todo está en orden —dijo el hombre, devolviendo las armas a la caja.

Haël observaba en silencio. Sabía que Alarcón no era un hombre fácil de impresionar, pero también sabía que este era un trato que ambos necesitaban. Alarcón tenía territorio que proteger y expandir, y Haël necesitaba asegurarse de que sus propios intereses estuvieran bien cubiertos. El club del que formaba parte—uno de los más poderosos de la ciudad—dependía de estas alianzas para mantener su influencia en las sombras.

—El pago —dijo Haël de repente, su voz cortante pero sin perder la calma.

Alarcón rió entre dientes, como si la mención del dinero fuera una simple formalidad en medio de la escena. Chasqueó los dedos, y uno de sus hombres se acercó con un maletín. Lo abrió frente a Haël, mostrando hileras de billetes perfectamente organizados. Era más de lo suficiente para cubrir el valor de las armas, un gesto de respeto hacia el nombre y la reputación de Haël.

—Espero que esta pequeña entrega sea solo el comienzo de una relación más fructífera —comentó Alarcón mientras cerraba el maletín y lo extendía hacia Haël.

Haël tomó el maletín sin prisa, su mirada nunca apartándose de los ojos de Alarcón. Sabía que el líder de la banda hablaba en serio, pero también sabía que en su mundo, las promesas no valían nada sin acciones concretas. Por ahora, el trato estaba cerrado, pero eso no garantizaba que las cosas se mantendrían en calma. En cualquier momento, las circunstancias podían cambiar.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora