Capítulo 88.

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El almacén abandonado se extendía en silencio, su estructura deteriorada y llena de polvo, con las ventanas rotas y la luz tenue que se filtraba a través de los agujeros en el techo. El aire estaba cargado de humedad, y un leve eco se escuchaba en cada paso que Haël daba sobre el suelo sucio y agrietado. La oscuridad lo envolvía, el único sonido era el golpeteo de sus botas, que resonaba en el vacío como una advertencia.

Había llegado solo, como siempre lo hacía cuando se trataba de negocios delicados. Sabía que este lugar era el tipo de sitio donde las cosas podían salir mal muy rápido, donde la traición podía esconderse detrás de una sonrisa falsa. Pero a Haël eso no le importaba. Su mirada estaba fija, dura, el ceño fruncido con una mezcla de rabia y una necesidad constante de estar alerta. Cada músculo en su cuerpo estaba tenso, preparado para reaccionar en cuanto lo necesitara.

Había sido un día largo, cargado de tensiones. La guerra con los que querían dañar a Katherine seguía en pie, y aunque él siempre pensaba en ella, siempre la protegía, sabía que el peligro no se había disipado. Todo lo contrario. Había algo en el aire que le decía que todo iba a empeorar antes de mejorar.

El almacén era un viejo edificio industrial, la estructura oxidada y los restos de maquinaria que alguna vez estuvieron en funcionamiento ahora yacían inactivos. La sensación de abandono se sentía casi palpable. Sin embargo, Haël sabía que no estaba solo. Un hombre lo estaba esperando, alguien que había acordado encontrarse con él allí. No había tiempo para dudas, solo para hacer negocios.

El hombre estaba de pie en la sombra, su silueta indistinta, pero Haël podía ver que llevaba una capucha que ocultaba su rostro, solo dejando entrever su figura en la penumbra. El espacio entre ellos era amplio, pero la tensión entre ambos era innegable.

Cuando Haël llegó lo suficiente cerca, el hombre se movió ligeramente, como si hubiera estado esperándolo.

-Ya era hora -dijo la voz grave, temblorosa de algo que no se podía identificar de inmediato.

El sonido reverberó en el almacén como un susurro en la nada. Haël no respondió de inmediato. Su mirada se deslizó hacia el hombre, buscando cualquier señal de quién era o qué quería. No tenía tiempo para charlas innecesarias, y lo sabía. El hombre encapuchado parecía esperar algo de él, como si confiara en que Haël le escucharía.

-Vas a decirme qué quieres -dijo Haël, su tono directo, cortante. No había espacio para rodeos. Su mano ya estaba cerca de la empuñadura de su arma, pero no la había sacado. Aún no.

El hombre encapuchado no se movió. Una pausa, como si estuviera evaluando la situación, y luego habló.

-He venido a llevármela -dijo con voz baja, casi como un susurro, pero que resonó en la quietud del lugar con una fuerza inusitada.

Haël frunció el ceño. El sonido de esas palabras fue como un golpe directo en el estómago. Las manos de Haël se tensaron en los puños, el calor de la ira comenzaba a arder en su interior. Sabía a quién se refería. No hacía falta que el hombre lo dijera de nuevo.

-¿A Katherine? -preguntó, su voz ahora cargada de peligro, un filo helado que recorría sus palabras.

El hombre asintió levemente, su figura inmóvil, como si estuviera acostumbrado a no temerle a nadie.

-Es mía. No me importa lo que tú creas. Tengo órdenes de llevarmela. Y no la vas a proteger.

Era como si las palabras del hombre hubieran sido un catalizador, encendiendo algo primitivo en Haël. Su rabia creció instantáneamente, alimentada por la mención de Katherine. Nadie, absolutamente nadie, se atrevía a tocarla, y mucho menos a venir a llevársela. La furia que había estado guardando por tanto tiempo se desbordó, y la violencia se volvió inminente.

Pero antes de que Haël pudiera reaccionar como lo había planeado, algo cambió. El hombre encapuchado levantó la mano, como si quisiera calmar la situación, y se quitó lentamente la capucha. Las sombras jugaron con sus facciones, revelando una figura que Haël jamás pensó que vería de nuevo.

El tiempo pareció detenerse por un instante.

-¿Qué... qué estás haciendo aquí? -las palabras salieron de la boca de Haël en un susurro apenas audible, pero cargado de una incredulidad absoluta.

El hombre que tenía delante ya no era un desconocido. No era solo alguien que venía a amenazar a Katherine. Era alguien mucho más cercano, mucho más doloroso de lo que Haël jamás hubiera imaginado.

Era Carlos.

Su padre.

El hombre que lo había abandonado, que lo había maltratado durante toda su vida. El hombre que le había dejado cicatrices físicas y emocionales, el mismo que había sido responsable de tantas de sus heridas. La imagen de su padre, ese monstruo al que había odiado, al que había culpado por todo lo que había sido, apareció ante él con la misma cara, la misma presencia, el mismo desdén.

Haël se quedó paralizado, una ola de emociones arrolladora se apoderó de él. Su mente intentaba procesar lo que veía, pero no lo conseguía. Su respiración se hizo más pesada, y su mano temblaba ligeramente en el gatillo de la pistola que ya había sacado de su funda.

Carlos lo miraba sin ningún atisbo de remordimiento. Su rostro estaba marcado por el tiempo, pero aún llevaba ese aire de poder y control que tanto había odiado en él.

-No me esperabas, ¿verdad? -Carlos dijo, su tono era suave, como si estuviera hablando con un hijo al que llevaba años sin ver, y aún más inquietante, su voz era calmada. No parecía tener ningún miedo ante la reacción de Haël.

Haël apretó los dientes y levantó la pistola, apuntando directamente a su padre.

-Te lo juro, Carlos, si te atreves a hacerle algo a Katherine, te mataré aquí mismo. -La voz de Haël era fría y llena de odio. Cada palabra estaba cargada de veneno, de una rabia que nunca había desaparecido, pero que en ese momento lo consumía por completo.

Carlos no se inmutó. Se limitó a mirarlo con una sonrisa que rozaba lo sarcástico. La misma sonrisa que Haël recordaba de su niñez, la misma que había visto tantas veces en su padre cuando le hacía sentir insignificante.

-No sabes nada de lo que pasa, Haël. -Carlos se encogió de hombros, como si la amenaza de su hijo no tuviera importancia alguna. -Eres muy joven para entender cómo funcionan las cosas. Crees que eres el gran líder, que puedes proteger a esa mujer, pero en realidad, no puedes proteger ni siquiera a los tuyos. -Se acercó un paso hacia él, con la seguridad de quien tiene el control. -Katherine está en peligro porque lo has permitido. Te he estado observando, hijo. No te das cuenta de que estás rodeado de enemigos. Y uno de ellos está más cerca de lo que piensas.

Las palabras de Carlos hicieron que Haël apretara el gatillo un poco más, su mirada fija en el rostro de su padre. No podía creer lo que estaba escuchando, pero las palabras lo golpearon de lleno.

-Te lo advierto, Carlos... -dijo Haël con un gruñido bajo. -No me importa lo que tengas que decir. Si tocas a Katherine, no te dejaré vivir ni un segundo más.

Carlos se acercó un poco más, su rostro ahora mucho más cercano, y su voz se volvió aún más baja, apenas un susurro que hizo que Haël sintiera un escalofrío recorrer su espalda.

-Es tarde para protegerla, Haël. La guerra ya ha comenzado, y tú solo eres un peón en este juego.

Y en ese instante, los ojos de Carlos brillaron con una intensidad que Haël no había visto en años, la mirada que había temido desde su infancia, la que siempre había llevado consigo.

El ambiente se llenó de un silencio ominoso mientras padre e hijo se enfrentaban en un combate de voluntades, en un duelo que era mucho más grande de lo que cualquiera de ellos podría haber imaginado.

Y entonces, la pistola de Haël se disparó.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora