Capítulo 33.

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La oscuridad se cernía sobre Haël como un manto pesado mientras se sumía en un profundo sueño. Sin embargo, en lugar de la paz que uno espera encontrar en el descanso, fue arrastrado a una pesadilla, un laberinto de recuerdos tormentosos que se deslizaban por su mente como sombras al acecho.

En un rincón distante de su memoria, la escena comenzó a cobrar vida. Era un niño otra vez, en un lugar frío y sombrío. Las paredes estaban pintadas de un gris opaco, y el aire era denso, cargado de un silencio opresivo. Su padre se alzaba ante él, una figura imponente cuya voz resonaba como un trueno en la penumbra.

—¡Eres débil! —gritó, su tono lleno de desprecio—¡No puedo creer que seas mi hijo!

El pequeño Haël sintió que se encogía, cada palabra de su padre como un golpe que lo dejaba sin aliento. Intentaba mantener la cabeza alta, pero el miedo lo envolvía como una serpiente constrictora. En ese momento, el amor que anhelaba de su padre se transformó en una fría indiferencia.

La escena se desvaneció y luego se transformó en el patio de entrenamiento, un lugar de pesadillas donde los niños eran tratados como soldados. Haël estaba de pie, temblando, mientras otros niños eran empujados a hacer ejercicio bajo la atenta mirada de entrenadores implacables. Gritos y órdenes resonaban en el aire, mezclándose con el sonido del sudor y el esfuerzo.

—¡Corre! ¡Más rápido! —gritaba un entrenador, con su voz cortante como un cuchillo. Haël sintió el ardor en sus piernas mientras forzaba su cuerpo a obedecer, mientras el miedo a defraudarlo lo mantenía en movimiento.

Sus pensamientos se entrelazaban con el dolor físico, la rabia y la frustración que se acumulaban en su interior. En su mente, revivió las noches en las que, exhausto, se encerraba en su pequeño rincón de la habitación, deseando escapar, deseando ser alguien diferente.

Las imágenes se superpusieron, los gritos de sus compañeros resonando junto con las palabras de su padre. La sensación de impotencia lo asfixiaba mientras se repetía una y otra vez que nunca sería lo suficientemente bueno. Se sentía atrapado en un ciclo interminable de sufrimiento, sin poder encontrar la salida.

Y entonces, como un eco lejano, volvió a escuchar la voz de su padre, esta vez más cercana.

—No quiero ver debilidad en ti. Si no puedes soportarlo, no eres mi hijo.

Un escalofrío recorrió su espalda. En la pesadilla, sintió que la angustia lo envolvía, cada palabra como una lanza que atravesaba su corazón. No había consuelo, solo la certeza de que nunca podría escapar de esa realidad.

Justo cuando creía que iba a ser consumido por la oscuridad, la escena cambió una vez más, llevándolo a un lugar aún más aterrador. Se encontraba de pie en un ring de boxeo, rodeado de figuras familiares pero desdibujadas. Una vez más, estaba siendo empujado a luchar, a pelear por su vida en una batalla que no había elegido. Los rostros de sus compañeros de entrenamiento se convirtieron en máscaras de odio, cada golpe un recordatorio de lo que había aprendido a lo largo de los años: no había lugar para la debilidad.

Con cada golpe que recibía, el miedo lo invadía, pero también una rabia incontrolable. Sabía que debía luchar, que no podía dejar que lo vencieran. En ese instante, recordó el momento en que decidió que no se dejaría quebrar, que se convertiría en algo más que un simple niño atrapado en la sombra de su padre.

—¡Despierta! —gritó en la pesadilla, su propia voz resonando como un eco en la oscuridad, pero nadie lo escuchó.

Con un sobresalto, Haël despertó de su pesadilla, empapado en sudor, el corazón desbocado y el pecho agitado. La habitación estaba a oscuras, pero los recuerdos aún lo perseguían, susurros de un pasado que no podía olvidar. Se llevó una mano a la frente, sintiendo la presión de la angustia apretar su mente.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora