Capítulo 9.

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"Conseguir lo que quieres es tan difícil como no conseguir lo que quieres. Porque entonces tienes que averiguar qué hacer con ello, en lugar de averiguar qué hacer sin ello."
-David Levithan.

La noche se había adensado y las luces de la ciudad titilaban como estrellas lejanas mientras Haël aparcaba el coche frente a la casa de Katherine. Sin esperar a que él abriera la puerta, ella salió rápidamente del vehículo, su cabello ondeando con el viento como una bandera de desafío.

—¿Vas a quedarte ahí parado? —dijo ella, lanzando una mirada sobre su hombro, antes de dirigirse hacia la puerta de entrada.

Haël la siguió, sintiendo el pulso acelerado en su pecho. Era una mezcla de nerviosismo y admiración. Cuando ella llegó a la puerta, se detuvo un momento, dándole la oportunidad de acercarse. Pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, Katherine se dio la vuelta, su expresión era una mezcla de rabia y frustración.

Sin mediar palabra, se quitó la chaqueta que él le había prestado, un gesto que en sí mismo fue un desafío. Se la lanzó a la cara, provocándole un instante de confusión. La prenda cayó al suelo, y él, boquiabierto, se quedó mirándola, embobado. Su figura, envuelta en la luz tenue del porche, parecía deslumbrante, y por un momento olvidó el mundo que los rodeaba.

—¿Qué estás esperando? —respondió ella, rompiendo el hechizo que lo mantenía paralizado—¿Una invitación para quedarte?

La forma en que sus ojos brillaban desafiantes, esa chispa de atrevimiento en su voz, lo dejó sin aliento. Haël se dio cuenta de que había más en Katherine de lo que había imaginado, y en ese instante, todo su ser se sintió atraído hacia ella, como un imán.

—Solo pensaba... —intentó responder, pero las palabras se le enredaron en la garganta.

Ella sonrió, una sonrisa que contenía tanto sarcasmo como desafío, y le dijo:

—Con los demás simplemente actúas y conmigo...siempre te quedas pensando en lugar de hacer algo.

Katherine dio un paso hacia la puerta, pero antes de entrar, se volvió hacia él. La tristeza en su mirada sorprendió a Haël. Había un matiz en su voz que lo hizo sentir un nudo en el estómago.

—Bienvenido a casa, Haël —dijo ella, con un susurro casi inaudible, como si estuviera ofreciendo un refugio y, al mismo tiempo, despidiendo algo que no podía nombrar.

Sin esperar respuesta, entró en su casa, cerrando la puerta suavemente detrás de ella, dejando a Haël fuera, atrapado en una mezcla de emoción y confusión. El silencio se adueñó del aire, y él se quedó allí, sintiendo el peso de sus palabras y el eco de su ausencia.

Se agachó para recoger su chaqueta del suelo, pensando en lo que significaba esa bienvenida. Era un juego que siempre disfrutaban, pero esta vez había algo más profundo en la atmósfera. La noche era oscura, pero su mente estaba iluminada por el desafío y la incertidumbre de lo que vendría.

—Siempre sabes cómo divertirme, Kate—murmuró mientras inhalaba el aroma que la chica había dejado en su chaqueta, para sí mismo, sonriendo con nostalgia. Pero en su interior, sabía que las reglas del juego estaban a punto de cambiar.

(...)

Katherine se encontraba sentada en su escritorio, rodeada de informes y gráficos que parecían multiplicarse con cada nuevo caso que entraba en la clínica. La luz del día comenzaba a filtrarse a través de las ventanas, iluminando un espacio que, de otro modo, habría permanecido en penumbras. Sin embargo, para ella, la claridad del amanecer no significaba renovación ni energía; más bien era un recordatorio de la larga noche que había pasado en vela, atormentada por los pensamientos que nunca la dejaban descansar.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora