Capítulo 77.

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El aire nocturno estaba cargado de humedad, y las luces débiles del exterior del club parpadeaban con un ritmo casi hipnótico. Katherine, con el cuerpo todavía tenso por la confrontación con Haël, decidió que necesitaba despejarse, respirar algo más que la tensión acumulada en las paredes del club. Quizás, solo un paseo corto sería suficiente para calmar su mente.

Al abrir la puerta y dar un paso hacia el exterior, una sensación sofocante la golpeó de repente. El aire frío que esperaba que la alivie, en cambio, se cerró alrededor de su garganta como una garra invisible. Dejó de respirar por un segundo. El suelo bajo sus pies parecía volverse inestable, como si el mundo se balanceara. Su pecho se apretaba, el corazón golpeando dolorosamente contra sus costillas. El ataque de pánico se desató sin previo aviso, como una ola implacable arrastrándola sin que pudiera aferrarse a nada.

Katherine se tambaleó hacia el costado, apoyándose contra la pared de ladrillos del club mientras su respiración se volvía entrecortada. No podía ver, no podía pensar. Cada intento de inhalar parecía agrandar el vacío dentro de ella, la asfixia era abrumadora. Las imágenes del secuestro, los recuerdos de la sangre, los rostros de los hombres que habían caído frente a ella, todo vino de golpe, aplastándola bajo su propio peso.

De repente, unas manos cálidas la sostuvieron, firmes pero gentiles, y una voz suave, aunque extrañamente calmada, rompió el caos en su mente.

-Kath... respira. Estás bien, estás aquí -Dugg, que había estado cerca, observándola en silencio desde la sombra del patio, la había visto colapsar y no lo dudó. La sostuvo con cuidado, sus brazos envolviéndola con una calidez inesperada-. Respira conmigo.

Katherine cerró los ojos, luchando por centrarse en la voz de Dugg. Su respiración, aunque irregular, comenzó a seguir el ritmo pausado que él le marcaba. Poco a poco, la niebla en su mente comenzó a despejarse. Pero el temblor en su cuerpo no desapareció.

Dugg, consciente de la fragilidad de la situación, la abrazó con más fuerza. No la conocía tanto como para que este tipo de contacto fuera natural entre ellos, pero en ese momento, parecía lo único que podía hacer. Sentía su propio nerviosismo por estar tan cerca, pero al mismo tiempo, no podía soportar verla así, rota.

-Todo está bien, solo... déjalo ir -susurró, acariciándole el cabello con una ternura que contrastaba con su usual distancia. Sus dedos se movieron suavemente entre los mechones oscuros de Katherine, buscando calmarla de alguna manera, sin esperar demasiado.

Ella se aferró a su camisa, respirando contra su pecho, intentando retomar el control de su propio cuerpo. El abrazo de Dugg no era el de Haël, no tenía esa posesividad que solía reconfortarla de alguna manera, pero tenía algo diferente: una calidez que no esperaba. No había presión, ni juicio. Solo estaba ahí, como si entendiera, aunque no tuvieran esa confianza profunda que había desarrollado con otros. Katherine nunca lo había visto así, pero en ese momento, él era su ancla.

Dugg continuó acariciándole el cabello, sin decir una palabra más. Sabía que hablar ahora solo rompería el frágil equilibrio que había logrado. Mientras ella comenzaba a calmarse, él no pudo evitar pensar en Lucas. En lo que significaría para él verlo así, en lo que haría si estuviera en su lugar. Pero Lucas no estaba ahí, y eso solo le reforzaba el peso de lo que sentía por su amigo.

Finalmente, Katherine respiró profundamente, su cuerpo relajándose lentamente en los brazos de Dugg. Sentía su rostro húmedo contra su pecho, pero no dijo nada. No podía aún. Sabía que Dugg no esperaba una explicación, pero la vergüenza la atravesaba, como si acabara de mostrarle una parte de ella que ni siquiera Haël conocía por completo.

-Gracias... -murmuró Katherine, apenas en un susurro, incapaz de decir más. Se apartó lentamente, aún débil, pero sus pies lograron sostenerla.

Dugg asintió, sin quitarle la mirada, pero tampoco presionándola.

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