Capítulo 64.

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El aire estaba pesado con el humo y el calor abrasador. Haël se quedó inmóvil, su figura envuelta en la oscuridad de la noche, con una expresión tan fría como el metal de su zipo. Con un movimiento lento, casi ceremonial, dejó caer el encendedor sobre el rastro de gasolina que serpenteaba por el suelo. El metal brilló un segundo antes de desaparecer en las llamas.

La chispa fue lo único que necesitaba. El fuego se extendió rápidamente, devorando el rastro de gasolina, arrasando con todo a su paso. La llama, primero pequeña, creció con violencia, abrazando los cadáveres de los hombres caídos alrededor de él. Los cuerpos, aún tibios, se deshacían lentamente, como si el fuego mismo se regocijara en la destrucción.

Haël observó sin inmutarse mientras la sede de la organización enemiga se incendiaba. Los gritos y el caos de la última hora aún resonaban en su mente, pero nada de eso podía quebrantar su concentración. El sonido del fuego crepitando era lo único que importaba ahora.

Había matado a todos los que se habían cruzado en su camino, hombres que habían sido responsables del secuestro de Katherine, de la violencia que le habían infligido. Cada uno de esos cadáveres representaba un paso más hacia su venganza, un paso más cerca de recuperar lo que le pertenecía. La rabia en su pecho no se había apaciguado. Al contrario, había crecido.

Una neblina de humo lo envolvía, pero Haël no se movía. Sus ojos, fríos y calculadores, seguían la trayectoria del fuego mientras este arrasaba con todo a su alrededor. A lo lejos, podía ver la estructura colapsar, el fuego devorando los pisos, las ventanas estallando en cristales brillantes que caían como lluvia.

No había piedad en su expresión. No había nada en él que indicara remordimiento. Esto era lo que siempre había hecho. Esta era la única manera en que sabía responder, cuando el mundo se atrevía a tocar lo que más amaba. Y ahora, mientras el fuego lo consumía todo, no había duda en su mente: esto solo era el principio.

Mientras la sede se derrumbaba en llamas, un pensamiento rondaba en su cabeza, como un eco constante. Katherine. No sabía exactamente qué había pasado con ella, pero lo que sí sabía era que no descansaría hasta encontrarla. El fuego que lo rodeaba solo aumentaba su furia interna. Había matado a cada uno de esos hombres sin pensarlo dos veces, pero ninguno de ellos había sido suficiente.

Las llamas continuaban su danza voraz, mientras Haël, con una calma inquietante, sacaba el teléfono de su bolsillo. Aún no había llamado a Katherine, y mientras lo hacía, no pudo evitar preguntarse si, de alguna manera, ella estaría viendo el resultado de su furia.

El calor del fuego seguía impregnando el aire, la luz de las llamas reflejándose en las sombras que se alargaban por el suelo. Haël caminaba entre los cadáveres, su ropa manchada de sangre. No era la suya. La sangre era de los hombres que acababa de masacrar. La mayoría de ellos yacían en el suelo, muertos o heridos, y la sede, su sede, ahora era solo una pila de escombros y humo. Los gritos que una vez resonaron por el lugar se habían apagado. Todo lo que quedaba era el retumbar de las llamas y el sonido sordo de los cuerpos desplomándose en el suelo.

En medio de todo el caos, el jefe de la mafia enemiga, un hombre robusto con una cicatriz larga que recorría su mejilla, yacía en el suelo, herido, apenas levantando la cabeza. Los ojos de Haël no brillaban con satisfacción; su rostro era una máscara fría, inmóvil, la expresión de un hombre que no conoce el miedo ni la piedad. Con una mano firmemente apoyada en el mango de su cuchillo, que aún goteaba sangre, se acercó al hombre, observándolo con una tranquilidad perturbadora.

El jefe, respirando pesadamente, lo miró desde el suelo, su voz temblorosa pero llena de odio.

-Eres un monstruo... -gruñó el hombre entre dientes, su pecho subiendo y bajando con dificultad. -Un psicópata... no eres más que una bestia.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora