Capítulo 63.

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Katherine abrió los ojos lentamente, el dolor inmediato como un golpe en la cabeza. Estaba mareada, su cabeza parecía estar envuelta en una nube de confusión. El primer golpe de realidad fue el dolor en su cuerpo: sus muñecas estaban atadas con una cuerda áspera, tirante, y el escozor de la piel le hizo fruncir el ceño. El olor a metal oxidado y a humedad golpeó sus sentidos. No podía ver bien al principio, los bordes de su visión eran borrosos, pero los sonidos a su alrededor eran claros, resonando en un ambiente oscuro y frío.

Su cuerpo, adolorido por el impacto del accidente, le enviaba señales de que algo había salido terriblemente mal. Los golpes que había recibido durante el accidente, el retumbar del vehículo volcándose... Todo lo que había sucedido antes de perder el conocimiento le regresaba en fragmentos, como un puzzle roto.

Parpadeó varias veces, intentando despejarse. El dolor en su cabeza era intenso. Poco a poco, el entorno comenzó a cobrar forma. Estaba sentada, o más bien, atada a una silla de metal en medio de lo que parecía un almacén en ruinas. Las paredes de ladrillo eran oscuras, sucias, y el lugar estaba sumido en una penumbra espesa. No podía ver la luz del día, solo la sombra de las viejas estructuras.

Por un momento, solo escuchaba el eco de su respiración, y el sonido lejano de algo que caía, o alguien que se movía. La puerta metálica del almacén, que parecía haberse doblado por el impacto de la furgoneta, chirriaba levemente con la brisa que se colaba a través de las rendijas.

Katherine intentó mover las manos, pero la cuerda que la mantenía atada era firme y la hacía sentir impotente. Sentía los músculos adormecidos, pero también el ardor en sus muñecas por el roce constante. Respiró profundamente, mirando hacia el frente, donde la luz débil revelaba más detalles de su entorno.

-Mierda... -murmuró entre dientes, su voz quebrada por el dolor y la confusión. Intentó recordar qué había sucedido después del accidente. Sabía que había peleado, que había intentado defenderse. Pero después de eso... nada.

De repente, escuchó pasos acercándose, el sonido de botas pesadas que resonaban en el suelo de concreto. Su corazón comenzó a latir más rápido, el miedo le subía por la garganta. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Y por qué la habían secuestrado?

La puerta del almacén crujió, y un hombre entró, su figura difusa en la sombra, solo iluminada por la luz que entraba de una pequeña ventana rota. Era difícil distinguir los detalles, pero su presencia era ominosa. La tensión en el aire creció de inmediato.

El hombre se acercó lentamente, su mirada fija en ella. Katherine intentó mantenerse tranquila, pero no pudo evitar que el pánico se apoderara de su pecho.

-¿Dónde estoy? -preguntó con voz firme, aunque sus palabras sonaban algo entrecortadas. No podía permitirse el lujo de mostrar miedo, no podía dejar que estos hombres lo notaran. Sin embargo, su mente estaba llena de preguntas y su cuerpo aún adolorido por los golpes.

El hombre no respondió de inmediato. Se quedó observándola por un momento, casi como si estuviera evaluándola, antes de que sus labios se curvaran en una sonrisa maliciosa.

-Estás en el lugar adecuado... -dijo con voz grave y lenta, como si le gustara el sonido de sus propias palabras-donde tus amigos no podrán encontrarte tan fácilmente.

Katherine lo miró con furia, su respiración volviéndose más acelerada. Lo que sea que tuvieran planeado, no la quebrantaría. No lo haría.

El hombre se acercó a Katherine con pasos lentos y medidos, su sombra alargada proyectándose sobre el suelo en la tenue luz que penetraba en el almacén. Su rostro estaba medio oculto por la penumbra, pero sus ojos brillaban con una intensidad inquietante. La risa que había resonado en sus palabras anteriores había dejado paso a una expresión mucho más perturbadora.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora