Capítulo 32.

2 1 0
                                    

Katherine subió al coche, sintiendo el aire frío de la noche cerrar la puerta tras ella. Se acomodó en el asiento del copiloto, con la mente agitada y el corazón latiendo desbocado. Miró a Haël, quien mantenía la mirada fija en la carretera, su expresión imperturbable como siempre, pero había algo en la atmósfera del vehículo que delataba la tensión entre ellos. Sin decir una palabra, él puso el motor en marcha, y el sonido del motor resonó en el silencio.

Mientras se dirigían a su casa, Katherine sintió el peso de sus pensamientos aplastándola. Cada segundo en el coche se sentía como una eternidad, como si las palabras que ninguno de los dos pronunciara cargaran con un significado que la dejaba aún más inquieta. Observó cómo las luces de la ciudad pasaban fugazmente por la ventana, como si la realidad fuera un borrón en movimiento. Se mordió el labio, deseando que las cosas fueran diferentes, que las palabras fluyeran sin la presión del miedo y la rabia.

Finalmente, llegaron a su casa. La puerta chirrió al abrirse, y Katherine entró, dejando atrás la frialdad de la noche. Arrojó su bolsa sobre el sofá, la cual cayó con un suave golpe, mientras Haël la seguía, cerrando la puerta tras de sí. La habitación se sentía pesada, cargada de la electricidad de la tensión no resuelta. Katherine podía sentir la presencia de Haël, su fuerza, su poder latente, pero en ese momento se sintió más decidida que nunca a no dejar que él se saliera con la suya.

Se dio la vuelta y caminó hacia él, sus ojos fijos en los de Haël, que permanecían en calma. Sin mediar palabras, se acercó, y en un acto de desafío, levantó la camiseta de Haël. Su respiración se detuvo un momento al ver la venda empapada en sangre, cubriendo la herida de bala que ella misma había tratado hace apenas un par de noches. La imagen le hizo hervir la sangre en las venas, una mezcla de preocupación y rabia brotó en su pecho.

—¿Qué te has hecho? —preguntó Katherine, la voz temblorosa, entre el miedo y el enfado. Sus dedos rozaron la tela de la venda, sintiendo la calidez de la sangre que se filtraba a través de ella.

Haël la miró, su expresión seguía siendo impasible, como si el dolor no tuviera cabida en su mundo. Pero Katherine sabía que estaba ahí, que lo que había hecho le había costado más que solo heridas físicas.

—No es nada —dijo Haël finalmente, desestimando su preocupación como si se tratara de un mero rasguño. Pero Katherine no iba a dejar que eso lo ocultara.

—No es "nada", Haël. Estás herido. Necesitas que alguien lo revise —respondió ella, cada palabra cargada de preocupación y reproche.

Él permaneció en silencio, observándola. Esa calma suya la frustraba, como si no comprendiera la gravedad de la situación. Era evidente que había estado involucrado en algún tipo de enfrentamiento, y ahora estaba ahí, frente a ella, como si nada hubiera pasado.

—No puedo creer que te hayas metido en esto otra vez. —La voz de Katherine era firme, aunque su corazón se sentía como si estuviera a punto de estallar. Sus ojos se encontraron en un duelo silencioso, y por un breve momento, el mundo exterior dejó de existir.

—¿Y qué esperabas que hiciera? —respondió Haël, su tono desafiando la acusación implícita en sus palabras—. ¿Quedarme sentado mientras alguien más controla la situación?

Katherine sintió cómo la frustración aumentaba dentro de ella, como un volcán a punto de entrar en erupción. Sin embargo, sabía que tenía que mantener la cabeza fría, que no podía dejar que la rabia dictara sus acciones.

—No se trata de eso. Se trata de que estás poniendo tu vida en peligro. ¿Por qué no puedes ver lo que estás arriesgando? —su voz tembló, incapaz de ocultar la desesperación que sentía.

Haël la observó, la intensidad de su mirada era casi palpable. Había una lucha silenciosa entre ellos, un tira y afloja que hacía que el ambiente se cargara de electricidad. Finalmente, él rompió el silencio.

NIX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora