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Me despierto con un fuerte dolor de cabezas y el cuerpo más pesado que nunca. Abro los ojos con pereza y lo único que logro divisar es una pared de ladrillos y un escritorio antiguo repleto de papeles y una lámpara. La luz que entra en la habitación es mínima, ya que viene de la única ventana de la habitación. Esta semi abierta y escucho el golpeteo de la lluvia torrencial de la madrugada.

Demoro en darme cuenta de que no estoy en la Academia, sino que en la oficina de Harry en el restaurante. Estoy segura de que la vez que vine no había una cama en este lugar, pero este chico es tan misterioso que es probable que tenga un piso secreto en donde esconde un colchón que saca cada vez que se le antoja dormir fuera de Crawford.

Me restriego los ojos y se me es inevitable no bostezar. Me dedico a inspeccionar el cuarto, no hay rastros de Harry a excepción de una chaqueta de cuero colgada en el respaldo de la silla detrás del escritorio y de lo revuelto del lado contrario de la cama.

Ayer... ¿ayer lo hicimos? No recuerdo haber llegado a tal punto, recuerdo todo lo de aquella noche. Desde que llegue a la fiesta y jugamos al estúpido jueguecito de Louis, hasta que nos besamos con furor y la noche fue interrumpida por mi delicado estómago.

Mis pensamientos son interrumpidos por el escalofrío que recorre mi cuerpo y me levanto a cerrar la ventana que deja entrar la brisa que golpea mis muslos descubiertos. A medida que lo logro me doy cuenta de que llevo puesta una de las camisas que Harry traía la noche anterior. No recuerdo haberme cambiado de ropa así que asumo que él lo ha hecho por mí. Atrapo la prenda entre mis manos y la acerco a mi nariz, dejándome embriagar completamente por el aroma de Harry, que provoca que tense los muslos y mi corazón quiera escapar de la cárcel que son mis costillas.

Vuelvo a la cama y me arropo bien a las sábanas. Cuando quiero cambiarme de lado al que supongo que él ha dormido, escucho como la puerta se abre y cierra de golpe, dejando al descubierto a un enfurecido Harry.

Me sobresalto, pero no se percata. Solo deja una bandeja en su escritorio, con mucha más delicadez que con la que entró. Apoya ambas manos en el borde del escritorio y respira agitado, tratando de tranquilizarse. Me asusto un poco por su reacción y me quedo en silencio con la mirada fija a los músculos tensos de su espalda.

Se queda así un par de segundos y, para cuando se da la vuelta, veo lo pálido que está y como recupera el color de sus mejillas lentamente. Está con los ojos cerrados y atrapa una gran bocanada de aire cuando los abre mientras se pasa las manos por el cabello, empujando sus rizos hacia atrás. Cuando los abre por completo soy lo primero que ve.

Traga saliva y entre abre la boca cuando muerde su labio inferior. Ninguno de los dos dice algo y no despego los ojos de su cuerpo. La camiseta negra que lleva arremangada hasta los codos me complace, me deja a la vista sus tatuajes que tanto me gustan, y es ajustada, por lo que tengo una buena panorámica a lo tonificado de su cuerpo. Su pecho sube y baja a un ritmo desenfrenado y no dice absolutamente nada cuando se acerca de un brinco a mí y planta sus labios en los míos, sujeta mi rostro entre sus manos y me recuesta en la cama. Se mantiene a cierta distancia, sujetando su peso sobre sus codos y me besa con ímpetu.

Le sigo el beso y acaricio sus mejillas. Una vez se cansa, aleja sus labios y apoya su frente contra la mía, mientras su agitada respiración golpea contra mi boca hinchada y en llamas.

—Buenos días —dice casi en un susurro y clava sus enigmáticos ojos en mí.

—Buenos días —respondo con voz temblorosa, no me esperaba para nada un saludo como este.

—¿Cómo te sientes? —es cariñoso al acariciar mi rostro con la punta de su nariz, brindando algunos besos en su camino y sosteniendo mis mejillas entre sus manos.

FAULT [H.S.] MATUREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora