31: La noche de la gata blanca

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El sol se encontraba en los inicios de sus descenso, y a la vez que toda la ciudad terminaba sus asuntos, en la casa de los escritores había un completo silencio.

Nada mas que un pequeño gato que dormía plácidamente en el tejado de la residencia, y una vez se estiro para despabilarse, observo el anaranjado ocaso.

Reflejando el apenas fantasmal destello lunar en sus dispares ojos, el felino se decidió a bajar de un salto.
Antes de entrar a la casa.

Hola Ches— saludo la peli-azul al pequeño gato, quien le devolvió el saludo.

Ya falta poco...— Ches.

Si... tu ya estás listo?— Levan.

Solo es una corbatita, tampoco es que me guste tanto usarla... tu como estás?— Ches.

Pues... esperando a que todos se decidan a volver... estoy aburrida...— Levan.

Te entiendo... no hay mucho que hacer...— comento Ches, antes de que ambos se quedaran un rato en silencio.

Oye... como que entre nosotros nunca hubo tanto dialogo...— Levan.

Ya llegamos!— escucharon Levan y Ches a la vez que se oía el ruido de la puerta abriéndose, antes de que todos sus amigos entraran en la cocina.

Encontraron todo?— Ches.

Sep... ya todo esta listo— Lucy.

Donde esta Pierrot?— Levan.

Organizando lo último que falta, creo que volverá en una hora...— Neftali.

Mejor vamos a bañarnos— Akuma.

Yo voy primera— dijo Kaede al mismo tiempo que se retiraba al segundo piso.

Oigan... donde están Salem y Janette?— Ches.

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Mama mama, que es esa música?
Oh, pero que bonito...— comento la madre a la vez que ella y su pequeño caminaban por la calle.

El cielo ya estaba siendo lentamente adornado por las estrellas que una por una se manifestaban.
Y conforme las pocas nubes se desvanecían en el viento, una aguda melodía provocaba una cálida sensación en todos aquellos cercanos a la residencia.

Varios felinos del barrio eran tentados por aquellas voces que gradualmente iban en ascenso, provocando que emprendieran el recorrido hasta el lugar donde provenía aquel particular cántico.
Las personas que pasaban cerca dirigían su atención hacia aquellas dos voces que provocaban una deliciosa sinfonía para sus oídos.
En total unísono y sincronía, aquellas dos siluetas que se encontraban en el tejado de la casa cantaban en honor a la enorme luna llena que estaba sobre ellas.

En total unísono y sincronía, aquellas dos siluetas que se encontraban en el tejado de la casa cantaban en honor a la enorme luna llena que estaba sobre ellas

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