1. De insultos y tratos

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Observé a ese chico que estaba frente a mí. Tenía la ropa sucia, probablemente porque se le ensució mientras jugaba basquetbol. Su cabello estaba alborotado. Su camisa estaba mal abotonada. Su corbata colgaba del bolsillo de su pantalón. Llevaba zapatos deportivos, aún cuando estaba prohibido usarlos con el uniforme normal. Miré su cara. Me observaba con sus ojos bien abiertos. Eran de color avellana, igual que su cabello. Su cara estaba un poco roja probablemente por el ejercicio que acababa de hacer. Parecía cansado. Pero ahí estaba, conmigo.

Debía ser la primera vez que me hablaba. La primera vez que sabía que yo existía. Me hubiera gustado decir que también era la primera vez que yo notaba su existencia, pero no era así. Lamentablemente sabía quién era. Pero no iba a dejar que él supiera eso.

— ¿Quién dices que eres?— pregunté, traté de parecer desinteresado.
— Dalton. Dalton Meisel, del grupo 4.
— ¿Qué quieres?— dije sin dejar de verlo.
— Quiero proponerte un trato— dijo.

Estábamos en medio de un pasillo, en la escuela. Yo no salía de mi salón de clases a menos que tuviera que hacer algo. Era el receso y aproveché para ir a la biblioteca por un libro. Entonces él me interceptó, y de una forma muy curiosa. Pudo haberme gritado o llamar mi atención de alguna otra forma, pero no, él corrió hasta mí y me sujetó del brazo.

Quedé tan sorprendido que casi grité. Pero no lo hice. Sólo lo observé. Entonces me dijo su nombre y se puso a mirarme como tonto. Cosa que no había dejado de hacer desde entonces.

— ¿Perdón?— dije.
— ¿Acaso no fui claro?— dijo.

No dije nada. Me di vuelta lentamente y empecé a caminar hacia mi destino. Nuevamente me detuvo, de la misma forma. Lo observé.

— ¡No me ignores!— dijo enojado.
— No me toques— dije, aparté mi brazo de él.
— No hay ninguna razón por la que debas ser descortés— dijo—. Sólo porque eres más listo que los demás no significa que debas ser arrogante.
— ¿Arrogante yo?— dije—, debe ser una broma. No tengo tiempo para esto.

Nuevamente empecé a caminar.

— ¡Espera!— gritó.

No me detuve. Continué. No miré atrás. Pensé que me seguía pero después de avanzar unos metros no me detuvo así que deduje que se dio por vencido. No dejé de preguntarme qué podría querer alguien como él. Decidí no darle más importancia. Tenía que estudiar para una conferencia así que debía enfocarme.

Estaba en eso cuando justo al pasar frente a un salón de clases, sentí cómo me jalaron poderosamente del brazo. Fue tan inesperado que no pude poner resistencia. Me llevaron a un salón cercano y justo cuando crucé la puerta, la cerraron. Observé asombrado y asustado a quién estaba sujetándome.

— ¿Tú?— dije, enojado y agitado.
— No puedes escapar— dijo—. Así que tendrás que escucharme.
— ¿Y si no quiero?— dije.
— No te dejaré salir. La próxima clase va a empezar pronto. No creo que quieras arriesgarte a perdértela y arruinar tu asistencia perfecta.

¡Demonios! ¿Cómo sabía eso?

— ¿Qué quieres?— dije enojado.
— Ya te dije. Quiero proponerte un trato— dijo muy serio.
— ¿Qué clase de trato? Además, no deberíamos estar aquí, está prohibido. Igual que usar esos zapatos si no estás usando ropa deportiva. Lo mismo con tu corte de cabello. Tu camisa está mal abotonada y...
— ¿Podrías callarte? Ni siquiera mi madre me habla así.
— Pues entonces creo que no está haciendo bien sus labores de madre.
— ¿Estás insultando a mi madre?— dijo enojado y mirándome fijamente.
— No, sólo estoy sugiriendo que no le pone suficiente atención a sus responsabilidades pero es obvio que ella no es la culpable del problema inicial. Ese eres tú.
— ¿Estás insultándome a mí?
— Yo no lo llamaría insulto— dije—. Una crítica constructiva, así es como quedaría mejor.
— ¿Me estás criticando? ¿Justo cuando acabas de conocerme?
— No negaré eso.
— ¡Qué horrible!
— No fue una primera impresión buena— dije—. No tengo porqué ser amable contigo cuando te acercaste bruscamente sin previo aviso y actuaste tan altaneramente.
— ¿Bruscamente?— dijo—, ¿Qué significa eso? ¿Te lastimé o algo así?
— Mi brazo está bastante adolorido— dije.
— Qué frágil eres, sólo fue un jaloncito. No es como si te hubiera tacleado.
— A comparación contigo no estoy acostumbrado a que nadie sea así de rudo conmigo.
— Entonces sí eres frágil— dijo.
— No puedo negarlo y tampoco me importa. ¿Qué quieres? Estoy ocupado.
— Tienes un humor muy malo. Deberías ser más gentil— dijo.
— Tú eres el que debería seguir el consejo de ser más gentil— dije molesto—. Así que si me disculpas, me iré porque de verdad hay mucho que debo hacer.
— Todavía no te he dicho nada. Es porque no paras de hablar, eres muy estresante. Hasta me duele la cabeza por escucharte.
— ¿Seguro que yo causo el dolor?— pregunté—, ¿No es por intentar pensar?
— ¿Qué insinuas?
— ¿Qué crees que insinuo?

Nos observamos.

— Quiero darte un golpe en la cara— dijo—, pero no lo haré porque necesito que accedas a mi trato.
— Hazlo— dije—, no accederé a tu plan sea el que sea.
— ¿Dejarías que te golpeara?
— No, me pondría a gritar antes— dije.
— Con gritos o no igual te golpearía.
— Pero recibirías un castigo— dije—. Si mal no recuerdo, uno más y te vas suspendido. Arriésgate si quieres.

Una vez más nos observamos.

— Bien jugado pequeño hombrecito— dijo.
— ¿Hombrecito?
— Quiero proponerte algo. Te conviene.
— Ya dije que no.
— Al menos escucha. O no te dejaré salir de aquí.
— Puedo gritar— dije.
— Hazlo. Igual perderás tiempo y probablemente por todo el caos perderás una clase.

Me tenía. Y yo lo tenía a él.
Lo más inteligente era detener ese círculo.

— Habla— dije—, pero que sea rápido.
— Si repruebo los próximos exámenes perderé el año— dijo—. Quiero que me ayudes.
— No— dije.
— Te pagaré.
— No.
— Puedo darte lo que quieras— dijo.
— No. ¿Puedo irme ya?
— ¿Por qué no?
— No me agradas— dije—, además eres grosero e insoportable.
— Pero puedo pagarte.
— Estoy bien, no lo necesito.
— Tu abuelo sí— dijo—. Sé que tus padres murieron y que vives con tu abuelo. Tu abuelo se retiró del trabajo hace mucho. Su pensión no puede ser mucha. Además, tú has logrado llegar hasta aquí gracias a que te has ganado muchas becas. Pero no es suficiente, ¿Cierto?
— ¿Cómo sabes todo eso?— pregunté asustado.
— Tengo que convencerte— dijo—. No lo haría sin saber de ti.
— ¿Por qué yo?
— Porque eres el más listo de nuestro grado sin contar al presidente del consejo estudiantil. Pero él no aceptaría ayudarme. No tenía nada con qué sobornarlo. Pero a ti sí.

Lo observé. No sabía si era un idiota o qué era, pero me tenía, nuevamente.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora