VIII. Desconcierto

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Despertó sobresaltada, sin saber dónde estaba, ni qué hora era, pues allí no llegaba la luz del sol. En algún momento de la madrugada se había quedado profundamente dormida. El hombre a su lado estaba despierto y la miraba en silencio y atento.

- Pensé que velarías mi sueño – Dijo él con voz profunda y rasposa

Era cierto y Rey se avergonzó un poco por no haber podido cumplir su palabra

- Lo lamento, fue un largo viaje hasta aquí –Fue todo lo que le contestó.

Rey se deshizo de su manta y la puso sobre él mientras ordenaba las cosas. Volvió a sacar una fuente metálica con sopa caliente y se la ofreció, pero él solo la miró a los ojos.

- Tú no has comido – Le dijo el hombre.

Rey se percató de la hinchazón alrededor de sus ojos y de unas marcadas ojeras como las que tendría alguien que hubiera estado llorando después de un largo tiempo sin dormir.

- No lo necesito por ahora – Le contestó con una suave sonrisa – Ya comeré luego, cuando estemos en la nave de regreso.

El miró la cuchara y reprimió un suspiro sin éxito y como niño pequeño abrió la boca. Rey no pudo evitar sonreír ante esa acción.

Cuando la sopa se acabó, ella le ayudó a ponerse de pie. Él se tambaleó, pero Rey le afirmó como pudo para que no se cayera. Le puso nuevamente una de las mantas térmicas en la espalda y guardó todo lo que quedaba afuera de su mochila, dispuesta ya a salir de ahí.

Esa parte de la cueva tenía más dibujos rústicos de los había visto en un principio. Parecían emular a los Tauntaun y a los Wampa, pero no estaba segura. Se fijó en uno que era particularmente grande, de forma rectangular. Se obligó a olvidarse de aquello y se concentró en ayudar al hombre que cojeaba lentamente.

Fue un largo camino, pero esta vez Rey sabía cómo volver, aunque en realidad no lo sabía, no conscientemente. Avanzaron en silencio, el cual solo era interrumpido por algunos gemidos de dolor y esfuerzo por parte de él.

Al llegar a la entrada de la cueva Rey se dio cuenta de la fuerte tormenta que había afuera y de lo difícil que sería llegar a la nave con él a cuestas. Le dijo que la esperara un poco y le pidió que se apoyara en uno de los muros. No había señales de los Tauntaun que había visto ayer.

Apenas si podía ver la nave y le pareció que estaba muchísimo más lejos de lo que había aterrizado ayer, pero supuso que era porque no podía ver bien y caminaba lentamente. Cuando entró en ella, dejó la mochila y buscó la cuerda roja de tracción de la nave, amarrándola en un borde cerca de la puerta, la cual dejó abierta. Deshizo el camino andado con la cuerda en la mano y volvió a la cueva. Una parte de ella temía que él no estuviera allí cuando regresara, pero su corazón se alivió al verlo.

Se acercó a él y le amarró la cuerda roja a la cintura, avergonzándose un poco por ese contacto, pero no se detuvo a pensar en eso. Rey le abrazó para ayudarle y caminaron lentamente usando de guía la cuerda roja que se tambaleaba estrepitosamente a causa del viento. A ambos ese camino les pareció una eternidad, pero lograron llegar y subieron a la nave.

Esta nave de transporte carguera era pequeña, para 4 personas como máximo y bastante apretadas, pero tenía todo lo necesario. La habían modificado hacía unos años con algunos miembros de La Resistencia a petición de Rey, pues de alguna forma el interior le recordaba al Halcón. Le habían incorporado algunos trucos bajo la manga que nadie se esperaría de una nave de este tipo y tan vieja. Tal vez por eso ella misma la había nombrado como "Desconcierto". No era la chatarra más rápida de la galaxia, ese puesto siempre lo ostentaría la nave de Han, pero aun así, de solo recordarlo se alegraba.

Rey tomó su mochila con la mano que llevaba libre y se dirigieron a uno de los camarotes de la nave. Le pidió que se apoyara en el umbral mientras sacaba una de las mantas térmicas y la ponía sobre la cama, ayudándolo a acostarse con cuidado y llendo nuevamente por otra de las mantas para ponerla sobre su cuerpo.

Él la tomó por la muñeca antes de que ella se alejara otra vez.

- Rey... - Dijo con dificultad

Ella se puso de rodillas en el piso y lo miró directamente a los ojos

- Lo sé, Ben – Le respondió con una tímida sonrisa mientras se aguantaba las lágrimas. Le acarició suavemente la mejilla mientras él cerraba los ojos.

No sabía si se había desmayado o dormía profundamente, pero no se dio tiempo para pensarlo. Le sacó las botas y comprobó que sus pies estaban profundamente fríos. Al menos el ambiente dentro de la nave era cálido y le ayudaría a mantener el calor.

Hubiera querido quedarse a su lado, pero no era el momento y tomó los controles de la nave para irse rápidamente y volver a Endor.

Durante el viaje en el hiperespacio, fijó las coordenadas y puso el piloto automático para poder ver a Ben. Se paró tras la puerta de la habitación, abriéndola con miedo y suspiró con una sonrisa nerviosa al darse cuenta de que seguía ahí. Mil preguntas invadieron su cabeza, pero ninguna tenía una respuesta clara. Se agachó junto a él para comprobar sus signos vitales y le acomodó el cabello con suavidad, mientras lo observaba en silencio por largos minutos, volviendo a reprimir el llanto.

La nave salió del hiperespacio y Rey tuvo que volver a los controles. Ahí estaba, la luna de Endor, el lugar que había sido su refugio durante todos estos largos años. Entró a la atmósfera y se puso en contacto con la Academia.

- Izan, aquí el Desconcierto, solicito permiso de aterrizaje - Dijo Rey

- ¿Qué? ¿Con quién hablo? – Contestó una voz masculina notoriamente confundida

- Con Rey, Izan – Contestó ella

Hubo unos minutos de silencio que desesperaron profundamente a Rey

- ¿Rey?

- ¿Finn?

- ¡Me tenías preocupado! – Exclamó su amigo notoriamente aliviado – está disponible el hangar 3 para tu aterrizaje

- Gracias – Contestó Rey soltando aire por la boca, también aliviada – Oye Finn, ¿te acuerdas que te pedí tener una capsula médica preparada?, pues voy a necesitarla.

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Uy uy uy...

YuanfenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora