LXIX. Gruta

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Como si la isla estuviera confabulando en contra de todos ellos, la mañana amaneció con una copiosa lluvia, que bajó considerablemente sus ánimos. Vieron a las Lanai caminar rápidamente por todos lados, como si quisieran terminar sus labores antes de ir a resguardarse a sus propias casas. Por lógica, les fue imposible encender el espacio de la fogata que usaban en común para comer, por lo que se congregaron todos en la choza que Rey compartía con Ben.

Desayunaron apretados y con poca conversación, pero no se apuraron, como si inconscientemente quisieran dilatar un poco su partida a aquel lugar, sin embargo, como debían recorrer una buena distancia para llegar allí, se armaron de valor para marchar de una buena vez.

Ben preparó su mochila con raciones de comida y agua para todos y sin ninguna excusa más para quedarse en la aldea, partieron siguiendo a Rey.

Caminaron por algunos senderos bien definidos y por otros que apenas si se distinguían, pero ella parecía saber muy bien por dónde ir. A La mitad del trayecto la lluvia amainó, lo que les aligeró bastante la pesadez del recorrido. Llegaron a una zona rocosa, casi sin vegetación y que contrastaba notoriamente con el verdor natural de la isla.

Rey se detuvo en lo que parecía un risco y esperó a los demás

- Este es el techo de la gruta – Indicó con su mano hacia un enorme agujero cubierto de enredaderas negras - Yo entré por ahí o más bien caí por ahí, pero descubrí que se puede acceder por otro lugar, uno más amigable

Rodearon el lugar y bajaron con cuidado por estrechos espacios de roca, teniendo que afirmarse con las manos para no perder el equilibrio, hasta que finalmente llegaron a la costa , encontrándose con la alargada boca de una cueva, húmeda y oscura, que nadie en su sano juicio exploraría.

Entraron lo suficiente para poder resguardarse de la lluvia, a pesar de que era cada vez más tenue y se tomaron algunos minutos para descansar.

- Nada de lo que hay aquí puede hacerles daño – Les dijo de pronto Rey - En realidad, aquí no hay nada más que... ustedes mismos

Se quedó con la boca abierta, con la intención de decir algo más, quizás algo alentador, pero a causa de sus propios nervios, las palabras no llegaron a su mente

- ¿Algún voluntario? – Terminó por preguntar

- Yo Maestra – Dijo Nakia – Me gustaría empezar

Rey sonrió orgullosa ante la resolución de ella

- Que la fuerza te acompañe

La Padawan tomó una bocana de aire y sintiendo un ligero temblor en sus manos, se adentró en el lugar.

Los demás permanecieron sentados en silencio, con los estómagos apretados. Ninguno sabía con exactitud el tiempo que esto les llevaría, por lo que cada minuto que pasaba parecía una tortuosa eternidad.

Sin poder determinar cuánto habían esperado, Rey vio la silueta de Nakia caminar hacia ellos y avanzó a su encuentro para abrazarla

- No sentí nada nuevo – Confesó ella apesadumbrada, mientras se restregaba las lágrimas de los ojos - Pero vivirlo fue doloroso. Parecía tan real, Maestra

- ¿Lo... superaste? – Preguntó Jayden preocupado

- No, quizás la próxima vez

Heyden se ofreció para continuar. Miró a todos y con la mente hecha un lío, transitó por el único camino posible. No estaba seguro si había eco en el lugar o no, pero su respiración entrecortada le pareció que sonaba tan fuerte como sus pasos.

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