Encrucijada

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Había recuerdos que me atormentaban cada noche, yo no podía creer que, aun pasando más de dos años, aun tenga tales secuelas de aquellos días. Un viaje, una cena, una decisión que salió mal.

Los rayos del sol alumbraban aquella habitación donde me encontraba con aquel hombre. Entreabriendo un poco mis ojos me di cuenta de que ya era de día y que tal vez iba tarde para abrir el negocio.

— ¡Mierda! ¡Julián abriremos tarde! — Dije aventando al otro hombre a lado de mí. Y saliendo de la cama empecé a buscar mi ropa a través de toda la habitación con prisa mientras veía el reloj de mi celular.

— Coño Darío... Es sábado, nuestros clientes pueden esperar. — Un dormido Julián apenas se movía y su voz sonaba completamente perezosa, molestándome un poco por lo que tenía que ingeniármelas para salir a tiempo.

— ¡Tenemos que cumplir un horario! ¡Además hoy llega tu amigo con el nuevo chef! — Dije mientras me ponía los pantalones para después continuar con mi camisa.

— Lo sé... Pero las horas de sueño también son importantes... Además, tú tuviste la culpa. Pasamos toda la noche bebiendo y haciendo cositas debido al que el señorito no se cansaba. —

— Ahora quieres echarme la culpa a mí, cuando tú también tuviste que ver... ¡Levántate de una maldita vez! — Las cobija que cubría a Julián salieron volando gracias a mi fuerza, solo comencé a reír al ver la expresión del mayor.

— ¡Estoy desnudo! — Gritó el hombre de ojos color verde. Por mi parte caminé a la puerta de la habitación riendo en el trayecto, al abrir un perro de mediano tamaño corrió dentro aventándose sobre la cama. Julián se levantó molesto por lo que había pasado con su mascota. — ¡Gracias por la sacudida Dohko! ¡Si cometo un error y me enfermo en la cafetería será tu culpa y también de Darío! —

— Si, si... como digas. — Respondí mientras bajaba las escaleras acomodando un poco mi cabello despeinado.

Habían sido dos años complicados desde que abrí la cafetería junto a Julián Arizmendi, mi amigo ahora con derechos. Ambos pasamos buenos momentos juntos y me sentía a gusto a lado de aquel hombre. Aunque dos grandes recuerdos aún seguían pesando dentro de mi corazón, dos recuerdos con nombre y apellido llamados Damián Morales Ponce de León y Esteban Vera Salazar, las dos personas a las que más he amado y los cuales perdí por cuestiones de que la vida misma puso en mi camino.

Habían sido dos años en los cuales he tratado de superar todo lo que había vivido las semanas posteriores a terminar con Damián, dos fueron los años en los cuales había llorado, reído, incluso maldecido y había reflexionado acerca de la vida. Sin embargo, un pequeño destello de alegría había aparecido. Julián era un hombre divertido y con gran tacto capaz de hacer olvidar mi pasado en cuanto estábamos juntos... Fuimos muy buenos amigos que se fueron volviendo más cercanos sobrepasando la línea de la cordialidad una noche donde ambos salimos por separado y las cosas no salieron bien para ninguno de los dos, cayendo en cuenta que el otro era lo único que podía consolar nuestra soledad, a pesar de que desde antes habíamos tenido una charla de quedar simplemente como socios y amigos. No sé como había pasado aquello, pero simplemente pasó.

Ambos subimos al auto de Julián, simplemente estábamos desechos de la noche anterior.

— ¿Podrías llevarme al departamento por un cambio de ropa? — Un gruñido de parte del hombre hizo que el chico lo mirará con molestia.

— Oye, no te pongas en plan. — Comentó.

— Sabes perfectamente que Fabián no me traga y todavía me pides que vayamos al departamento. En verdad que un día de estos acabaremos a golpes. — El hombre daba vuelta en un bulevar tomando el camino al gran edificio donde vivía Darío.

Cicatriz de Espadas  (Historia LGBT/Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora