| E x t r a 6 |

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Alex:

Mis ojos comenzaron a abrirse lentamente al sentir un dolor en mi cabello, como si lo estuvieran jalando. Fruncí el ceño al sentir mi cabeza apoyarse sobre unas piernas, lo cual me hizo preocuparme y levantarme de golpe mirando alarmada.

—No era mi intención despertarte —Jones alzó sus manos con una mueca en su rostro.

—¿Qué? —fruncí mi rostro mientras pasaba mis manos sobre este sintiéndome cansada y terriblemente muerta del dolor proveniente de mi cabeza.

—Después de tu escena en la entrada de mi casa vomitaste y te dormiste en la cama que encontraste después de que te diste tu propio tour por el lugar —sonrió de lado—. Solo... creí que no debía dejarte sola ebria, por si vomitabas de nuevo y necesitabas que te volteara para no ahogarte o... algo así.

—¡Wow! Qué linda —sonreí llevando mis manos a los costados de mis mejillas—. ¿Y por qué esa ternura no estuvo en mi infancia? —rodé los ojos levantándome bruscamente.

Malísima idea. Con razón Finn me esconde el vino.

Nunca me dejen sola con una botella de absolutamente nada que contenga alcohol. Ya no soy a prueba de esto.

Al sentirme mareada me senté nuevamente en el borde de la cama. Giré mi rostro para verla con los ojos entrecerrados al escuchar su risilla burlona.

—¿Y tú de qué te ríes? —pregunté fastidiada—. Ni siquiera me caes bien.

—No me conoces, cariño —ladeó su rostro.

—¿Y es mi culpa? —reí—. Perdón pero una bebé no puede abandonar a su madre, la madre lo hizo. Y no es mi culpa que cuando decidiste buscarme te hayas acobardado y hayas preferido hablarle a mi esposo y no a mí.

—¿Quieres un té? —sonrió amablemente.

Oh dios mío. No puedo, es peor de lo que creí.

—Oh... qué valiente —resoplé divertida mientras negaba con la cabeza—. No puedo creer que tengas el descaro de pretender que todo está bien. Como si esto fuera normal, señora.

—Para mí, haberte visto fue... impresionante, hija.

—No tienes permiso de decirme así —le apunté—. No soy tu hija. Que me hayas dado la vida no te da ningún derecho de llamarme tu hija. No te conozco, no sé nada de ti. Y el parecerme físicamente a ti no es suficiente.

—¿Y el tener mi sangre? —sonrió.

—¡No! ¡Nada te lo da! —suspiré.

Apoyé ambas manos a los costados de mi rostro. Jamás creí que podría conocerla, desde pequeña anhele tenerla conmigo, saber quién era, tener una figura a quien admirar.

Y me sentía tan pequeña, tan diminuta e indefensa. Siempre creí que tendría millones de cosas por decir y reclamarle, pero el tenerla frente a mí solo me hacía pensar en lo débil que era.

En mis inmensas ganas de abrazarla y pedirle que regresara el tiempo para que se quedara conmigo, para tenerla como siempre quise. Pero eso jamás pasaría.

Siempre sentí que cuando la tuviera frente a mí todo estaría bien, que todas las piezas encajarían perfectamente por primera vez, pero solo me sentí rota y mis peores recuerdos regresaban a mí. Todos aquellos recuerdos, pensamientos e ideas que en algún momento cruzaron por mi cabeza estaban de nuevo allí.

—Alexandra... —murmuró acercándose a mí—. No sé qué idea tenías de mí... pero, tú eres todo lo que siempre creí que serías —acarició mi mejilla con su mano.

Waves -Finn Wolfhard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora