CAPÍTULO 30 Parte III

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ALEX

La música suena seis y media en punto.

Me despierto relajada, estirándome en la cama y descontracturándome íntegra cuando mis extremidades, mi espalda y mi nuca crujen a la vez.

Apago las cinco alarmas con diferencia de un minuto entre ellas y saco mi ropa deportiva.

Shorts, musculosa, mis tenis y calcetines, vistiéndome en un dos por tres y atando mi cabello en una tirante coleta. 

No me marcho sin alistar lo de la universidad antes.
La provocativa falda negra que exigió mi profesor anoche, una blusa lila sin mangas y sandalias bajas, quedan perfectamente colocadas en la cama. 

Con los tenis en la mano y los auriculares puestos voy directo al living para recargar la botella con agua fría observando que hay un par de zapatos frente a la puerta.

Pía llegó y entró... Porque dejé la cerradura sin llave.

Al paso junto sus tacos y también la cartera, yendo en puntas de pie a su dormitorio e intentando por todos los medios no hacer ruido ya que su puerta está entornada y ella quietecita, tapada hasta la cabeza y vuelta un ovillo.

En sigilo dejo sus cosas en el piso del cuarto, paralizándome cuando estoy dando vuelta para marcharme.

No está dormida.

Me quedo viendo su cuerpo agazapado y la forma en que este se contrae cuando hipa.

—¿Pía? —susurro acercándome a su cama—. Pía.

No me contesta pero sí noto su gran angustia por la forma en que llora y se ahoga al respirar.

Asunto que me preocupa porque anoche salió de lo más feliz y resulta que ahora está hecha un trapito roto y viejo.

—Pía —llego al borde, está de espaldas a mí y lo único que veo son sus rizos dorados esparcidos por la almohada—. ¿Qué pasa?

—D-déjame sola, Lexi.

Su tono la delata. Está realmente destrozada y es la primera vez desde que nos conocimos que la escucho así.

—No —aviento los tenis al suelo y me despojo de los auriculares avanzando a la cama.

Gateo lentamente hasta quedar cerca de ella y agito la sábana y el edredón tapándome a su lado.

Me aproximo lo suficiente, pasando mi brazo por su abdomen, acodándome en la almohada y acariciando su terso cabello con olor a manzanilla, pues la rubia prefiere el shampoo con aclarante natural a las tinturas de pelo.

—Tienes cosas... Q-que hacer. Déjame.

Aprieto los labios y el estómago se me anuda.

—Nada es más importante en este momento que tú —hundo la cara en el hueco entre su hombro y su perfil y me aferro a ella en un abrazo intenso y contenedor.

Dancing in the Darkness © +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora