CAPÍTULO 43 Parte I

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“Hilos de Sangre”

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“Hilos de Sangre”

CIRO

El avión aterrizó en California y junto a mi insomnio potenciado por el abuso de cafeína, también llegó Peter.

Esta será sin lugar a dudas la noche más larga, dura y extenuante de toda mi vida y necesito más que nunca manos, cerebros, ojos y confianza extra.

El pre acuerdo fue firmado en la tarde y con una copia bajo el brazo y un ascenso que me está dando el poder de hacer y deshacer, subí a mi avioneta tomando la decisión de adelantar para ya, el encuentro con el antiguo amigo de mi padre.

—Te va a dar una maldita embolia si sigues metiéndote café y tabaco como un demente.

Mi socio me ojea con desaprobación, negando y marcando sin parar que odia el hecho de que no haya podido dejar el vicio del cigarro.

—Hoy te voy a pedir por favor que no me rompas las pelotas —subo al uber.

Pese a que no tengo nada personal en contra de los uber y prefiero manejar mi propio coche, esta noche accedí a uno.
Me tiemblan las manos, estoy sobregirado, por momentos se me nubla la mirada, por otros el sueño amenaza con vencerme y en la mayor parte del rato estoy tan acelerado que solamente pienso en gastar energías leyendo papeles sin cesar.

Estoy totalmente pasado de revoluciones y la única forma de encontrarle un freno a esto es dormir; dormir o empezar a investigar de una buena vez.

Peter recita la dirección y mientras el vehículo rumbea veo la tormentosa, iluminada, vibrante y sobrepoblada Los Ángeles, sopesando por un instante que aquí también se encuentra ella.
Cada uno en caminos distintos pero con las tremendas ganas de vernos que no podemos ni disimular.

Lo sé por la cantidad de mensajes que me envió... Y que le respondí.

—Ciro creo que es acá —no pasan ni diez minutos que el chófer aminora frente a un condominio de enormes casas victorianas.

Observo la numeración y señalo la tercer vivienda. Esa de dos pisos y fachada antigua con inmenso porche y altas escaleras.

—Sí, es esta —pago dejando una abultada propina e indico a mis dos acompañantes que deben seguirme.

Arreglo el cuello de mi polera gris. No sé si ha de ser a causa del cansancio pero el frío me cala hondo.
Subo la larga fila de escalones y toco el timbre, de pie frente a la puerta doble de madera color café y pestillos de bronce.

No termino de retirar el dedo del botón que esta se abre y me recibe una mujer mayor.

—¿Buenas noches? —me ojea con elocuente desconfianza.

Dancing in the Darkness © +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora