CAPÍTULO 49

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“Despojos”

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“Despojos”

Pía tiene razón.

Nadie nos deja entrar al departamento, el edificio es un revuelo, todos nos ven raro, murmuran y se codean cuando llegamos al lobby, subimos las escaleras o abordamos el pasillo.

Las habladurías me aguan los ojos. Cada cosa que pasa es otra cachetada de realidad. Cada minuto de vacío, dolor, frío y angustia es la piña que me está dando el presente. 

Pestañeo y limpio mis lágrimas cuando salgo al living. No pudimos recoger siquiera algo de ropa. El departamento del campus es una mina de oro para la policía que estaba, hasta hace un par de horas, investigando la perra escena del crimen.

No hubo más alternativa que venir al sitio que el Diablo me obsequió justo antes del viaje a Santorini. Y digo alternativa porque ya no hay lugar seguro para nosotras; sin Lula, sentir un hogar como el hogar de la Triada no es posible.

Freno en seco, respirando profundo y reparando en la espalda de Piolín. Tiene la cabeza echada hacia atrás y bebe a necesidad el vino que guardaba en el mini bar de la cocina.

La carga de un golpe imaginario oprime mi pecho al observarla; al sopesar que... Ya no hay Triada.

Se enrojece la punta de mi nariz al igual que mis mejillas pues reprimo el llanto ante el temor por olvidar su voz, su risa, o cómo era ella antes de esta bestialidad que la pasó por arriba como una aplanadora.

No quiero olvidarla, pero tampoco quiero ver a cada rato sus fotos y que a mi mente llegue su cuerpo magullado y ensangrentado.

No quiero que esto me duela, me saque el aliento, me quite el sueño, el hambre y las ambiciones, pero tampoco quiero dejar de sentir esta mezcla de emociones de mierda que tan sólo ennegrecen aún más mi alma.

No quiero poner en manos de las personas equivocadas una consecuencia que merece el peso de un castigo tan digno como atroz.

No quiero cerrar los ojos y consolarme con que algún día el asesino de mi amiga pagará con cárcel su horror.

Esa clase de justicia no servirá para aliviar nada. Ni la impotencia de su familia, mi tristeza o la desesperación de Pía.

—¿Vas a decirme que deje de beber?

El desafío hostil de Piolín me pone a parpadear con confusión. No me di cuenta sino hasta ahora de que miraba su espalda al punto de fulminarla, de hacer que volteara y que sus ojos de leopardo se fijaran en mí.

—Debería...

Se empina la botella dándole un sorbo inmenso que sonsaca sus hipidos en medio del lagrimeo.

Dancing in the Darkness © +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora