CAPÍTULO 47 Parte II

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Enciendo la pantalla del celular cada dos minutos para ver el reloj.

La azafata acaba de comunicar que el vuelo comercial de American Airlines aterrizará en media hora y el proceso de descenso comenzó con el tedioso balanceo que me vuelve loca.

Suspiro profundo; tan profundo que mis pulmones duelen.

Nunca me había sentido tan vacía por dentro como ahora, como en la mañana, como en la noche.

Insatisfecha, infeliz, disconforme, hueca, podrida.

Hay que saber lidiar con este sentir de mierda pero asumirlo es aún peor.

Recargo la cabeza en el asiento y reclino el sofá encendiendo el teléfono frente a mí una vez más.

Elijo la galería de fotos para matar el tiempo que me queda y voy viendo uno a uno cada recuerdo que atesoro.

Muevo la nuca para aliviar la contractura y solamente consigo aumentar el escozor.

Finalmente opté por dormir en los asientos del aeropuerto ya que la invitación del inglés a pasar a su cama fue la gota que colmó mi vaso mental.
Inmersa en el vacío de la insatisfacción me vestí y salí de su suite lo más rápido que pude evadiendo cualquier caricia o arrumaco que excediera lo estrictamente carnal o sexoso.

Cierro los ojos un momento y luego, cuando el nudo en mi estómago se deshace vuelvo a abrirlos.

La foto con Pía y Lula es lo primero que veo. Una de tantas en la playa, tumbadas en la arena. Una selfie movida, encandilada por el sol.
Sonrío al reparar en las siguientes. Son muchas, demasiadas en mi álbum y que albergan mis ratos más preciados.

También ojeo de las otras; las que me retuercen las tripas.

No supe en qué momento él me las envió pero allí están. La foto en el restaurante de Santorini, la foto en el medio del mar, una foto que el cretino me tomó mientras dormía.

Es el perro ardor que me consume viva lo que despierta tenerlo presente y saber que su osadía en cada podrido ámbito de su vida no se lo igualará nadie.

Es observar la última fotografía y apreciar el descaro de la captura. De mi cuerpo desnudo apenas cubierto por la sábana y su mano; su inconfundible mano explayada en mi dragón.

Es caer en la plena convicción de que quiero castigarlo aunque eso implique romper cadenas y vínculos. Aunque con ello ponga en juego mi propia cordura porque es tal el vicio por el Diablo que sé, qué tan duro será ya no embriagarme con su química imparable, qué tan frustante y enfermo será buscar un igual y qué tan retorcido se verá el hecho de sustituir a mi mal necesario.

La alarma del cinturón me despabila del pensamiento turbio y pesado e incorporo el asiento alistándome para el aterrizaje.
El avión llega a pista con una suavidad deleitante y pasan minutos cuando informan a los pasajeros el descenso de la nave.

El bolso es lo único que traigo y con eso me desplazo rápidamente por el aeropuerto de Mónaco.

La llamada que mantuve con Lula fue antes de abordar. Ahí le avisé que estaba a punto de subirme al avión, que la tormenta había cesado y que la conectividad se había retomado.

Contra cada una de mis quejas y advertencias, Cellario prometió esperarme en el departamento del campus y aunque al principio quiso sostenerlo como el factor sorpresa, lo develó antes de tiempo insistiendo en que me metiera la lengua en el culo y sólo me limitara a acatar.

Así que, como amiga obediente que soy en este preciso instante estoy solicitando un uber, subiéndome al asiento trasero y dando la dirección de los edificios universitarios.

Dancing in the Darkness © +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora