CAPÍTULO 32 Parte II

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Ultimo reto de la semana para nueva actualización.

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Inclino la cabeza levantando mis dos cejas y lo miro haciéndome la desentendida.

—¡Ay, pero qué pesar con usted! —me enderezo en mi silla y dándole la espalda tomo un puñado del mix que me acercan.

Llevo a mi boca rebanadas de banana crujientes, castañas, piña abrillantada y uvas pasa.

—Esto está delicioso —comento a mis compañeros de mesa.

—Te estoy hablando —sisea acercándose a mi oreja—. No te hagas la imbécil.

Sacudo la mano, ignorando por completo a Judas.

—Definitivamente yo no conozco a este hombre, así que Max, por favor, reparte las cartas y continuemos —giro nuevamente enfrentándolo, y con las ganas intactas de hacerlo rabiar, enfatizo—. Señor, usted se equivocó de casa, el geriátrico está cruzando la calle.

Vuelvo a centrarme en lo mío alzando mi copa de vino, uniéndome a las risas de todos cuando diez dedos se entierran en mis costillas poniéndome a protestar de dolor.

Me levanta como si fuera una puta niña con peso de pluma y me deja parada al lado de mi asiento. Asiento que él acaba de ocupar.
En el que se explaya emanando hombría a ciento diez mil, apoyando el antebrazo en el respaldo mientras me ve furioso y victorioso, sediento y deseoso hasta la médula.

—Ven.

—Que te den.

Retrocedo para llevarle la contraria pero es más ágil y veloz de lo que soy. Sus garras se hincan en mi cintura y me planta en su regazo a prepos.

—Cuando esta puta fiesta se termine eso mismo voy a hacer pero contigo.

La rubia me observa con fascinación y a él también. No se cansa de repetir que la pareja es la cosa más caliente que ha presenciado en su vida y yo me encargo de aclararle que no se aceptan terceros.
No me gusta compartir y menos con putas que conozco en una reunión de putería.

—¿Listos para la nueva ronda? —Max baraja.

—Adelante —me remuevo entre molesta y gustosa pues su mano ociosa se entierra en mi pelo, toca mi espalda, juega trazando líneas por mis muslos—. Oye —mascullo, reclinándome contra su pecho—, ¿vas a joderme la partida con tu maldito toqueteo?

—¿No querías que viniera? —retruca en voz baja—. ¿Que si pretendía reclamarte, cogerte, morbosearte y besarte te buscara en la dirección del bendito papel? -frunzo los labios porque... Esas fueron mis textuales palabras—. Cierra la bocota y deja al viejo del geriátrico hacer lo que se le dé la recalcada gana que para eso estoy acá.

—Estúpido.

—Idiota —susurra mordiéndome la oreja, acción que me desconcentra y me hace alzar el hombro—. Mejor te calmas, porque ni siquiera he empezado.

Inspiro profundo, pateando con mis talones sus pantorillas ya que sus dedos inquietos no paran de subir y bajar por mis costados.
Lo hace con absoluta libertad y descaro importándole un bledo el resto de los integrantes ebrios y entonados con sustancias.

Max se enciende un habano ofreciéndole uno al recién llegado que para nada va en sintonía con el requisito de la pokerfest. Nada de rojo y negro.
El cabrón que adora llamar la atención como sea usa gris y azul.

—Me agrada cómo me tratan —aspira una calada expulsándola directo en mi cara ladeada. Hecho que me irrita, me despierta las ansias de estrangularlo y me saca de mis pacíficos cabales—. ¿Por qué tanto enojo? ¿Frustrada porque acabé con la caza que tenías para el vikingo? —se ríe con tal vileza  que logra fascinarme, pues en el molde que sea no deja de ser sensual. Mordiendo el habano es sensual, riéndose es sensual, siendo cabrón ni se diga—. La tenía chica —me afirma.

Dancing in the Darkness © +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora