Cap. 2 - La monja (4)

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Amalia se encuentra frente a más de diez autos llenos de policía, vistiendo su hábito de monja. Intentando tranquilizarse para pensar con claridad, sabe que tiene pocos segundos para actuar. Qué hace, vuelve a entrar para enfrentar a Teresa y al séquito de monjas que pedirán una explicación o se entrega a la policía por delitos que cometió por una buena causa. No, ellos no lo entenderían, porque todos son esclavos del sistema.

Sin esperar mucho, comienza a fingir un llanto desesperado, haciendo que uno de los policías se le acerque.

—¿Qué pasa hermana? –pregunta preocupado el hombre.

—Una de mis compañeras está herida adentro. Una psicópata rubia llegó gritándole cosas inmorales en la santa casa del Señor –relata Amalia, comenzando a llorar nuevamente—. Esa mujer sacó un cuchillo de su cartera y se lo enterró en el brazo. ¡Dios mío, por qué nos has desamparado!

El policía, rápidamente da la orden de entrar a la iglesia para detener la situación.

—¡Que Dios nos ayude con tanta maldad que hay en el mundo! –dice Amalia, caminando lentamente hacia atrás mientras los hombres arman el operativo para controlar la situación.

Cuando todos están preocupados de otras cosas, ella comienza a correr rápidamente por las calles de Santiago intentando ocultarse. Corre y corre, no deja de correr. Pronto los policías se darían cuenta de que sus palabras eran mentira y saldrían tras de ella. Algo tiene que hacer para que no la encuentren.

—Y ahora, qué hago –se pregunta la joven, pensando, agitada.

Entonces, por inspiración divina, se acuerda de la única persona que la podría ayudar. Ella entendería su situación. Pero hace tanto tiempo que no la ve. Hasta vergüenza le da aparecerse por su casa para pedirle ayuda. No se le ocurre ninguna mejor idea. Tiene que jugar esa carta, aunque no le funcione. Nada pierde.

Acercándose a la calle hace parar un taxi. El auto se detiene frente a ella. Abriendo la puerta se sube a él, desapareciendo de la vista de los policías y de Teresa. Por ahora, está a salvo.

 "Yo no conocí a Teresa en una muy buena situación. De hecho, entiendo perfectamente su dolor. La saqué de mi camino como si fuera nada. No me importó todo su sufrimiento, tampoco me importó destruir su familia. Pero era tanto el dinero involucrado que valía totalmente la pena hacer el trabajo y conseguir así lo necesario para lograr mis fines. Sí, ese dinero me sirvió para hacer tanto. Mientras más lo pienso, más me convenzo de que hice lo correcto. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio para parar tanta inmoralidad que existe en este mundo.

Ahora sólo me tengo que sacar de encima a Teresa y todo estará bien." 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora