Cap. 9 - Un hombre para la eternidad (3)

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Sentada en el sillón, Amalia intenta recordar una canción que le enseñaron en el convento para tocarla en guitarra. Aunque trata y trata de sacar alguna nota, definitivamente, comprueba  que la música no es lo suyo.

Cansada de seguir intentándolo, deja la guitarra a un lado y camina hasta su pequeña habitación bajo la escalera, donde sobre la cama, tiene tendido su traje de monja. Lo mira, nostálgica. Entonces, se percata que Elisa está a sus espaldas.

—¿Todavía lo tienes?

—¡Ay, que me asustas! –exclama la colorina—. Sí, es que me da no se qué botarlo. Me puede servir para alguna fiesta de disfraces o para alguna misión con las chicas –responde Amalia, justificándose—.

Elisa sonríe tristemente, acordándose del difunto Daniel.

—Pucha amiga, tienes que subir ese ánimo –dice la colorina, pensando en alguna idea para consolar a Elisa—. ¿Qué te parece si hoy nos vamos de compras?

—No, no quiero salir a lugares muy públicos. Me da pánico encontrarme con Magdalena y que me pregunte sobre Daniel – agrega la viuda.

Amalia deja la guitarra a un lado.
—¿Te ha hecho más preguntas?
—No, pero siento que no me creyó cuando le dije que se había ido solo, cuando se suponía que se iría con ella.

—Pero tienes que estar tranquila. Ella no tiene forma de saber lo que pasó realmente con Daniel.

—Pero me vigila, yo sé que no se ha despegado de la ventana. —Amiga, pero eso no es nuevo. Es lo mismo que ha hecho toda la vida. Si esa vieja no hace más que espiar a los vecinos. No sé de qué te sorprendes.

Elisa ríe con el comentario de su amiga, haciendo que se calme un poco más.

—Sabes, creo que me haría bien salir. Pero no vayamos de compras, mejor compremos algo rico y vamos a ver a Tamara para hacerle compañía.

—Súper buena idea –agrega Amalia, abrazando tiernamente a su amiga—. Y aprovechamos de rezar con ella para que se recupere pronto.

—¿Rezar? –pregunta irónica Elisa.

—¡Ay!, bueno, tú entiendes lo que quiero decir. No me refiero a rezar, rezar, pero tenemos que pedir por su recuperación –se justifica Amalia, intentando no sonar tan espiritual.

—Me encantaría tener tu fe. Se nota que eso te hace mucho más feliz.

—¿Mi fe? No digas tonterías, si yo no tengo fe. 

—Tienes mucha más fe de lo que piensas –insiste Elisa—. Aunque no te guste reconocerlo, quizás porque no es común que personas como nosotras le crean a Dios, pero déjame decirte que es admirable. Porque aún los más malos tenemos oportunidad de cambiar, ¿no?

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora