Cap. 5 - Un secreto bien guardado (2)

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Temprano en la mañana, Amalia y Elisa se preparan para salir a una reunión en conjunto con el resto de la banda de ladrones, para planear los siguientes pasos a seguir.

—¿Y, cuándo hablarás con Daniel? –pregunta Amalia.
Elisa piensa, preocupada por su situación.
—Esta mañana me volvió a hacer preguntas sobre cómo nos conocimos nosotras dos. Creo que está sospechando algo. 

—¡Pero es perfecto! –exclama la colorina—. Quizás debas aprovechar este momento para hablarle con honestidad y enfrentarlo de una vez por todas.

—¿Y que mi marido se entere que soy una ladrona profesional? –pregunta irónicamente Elisa—. No, gracias. Si termino mi relación con Daniel debe ser por sus pecados, no por los míos. ¿Entiendes, cierto?

Amalia se pone su abrigo, mientras su amiga intenta abrir un paraguas.

—No lo sé, querida. Así como van las cosas, cualquier cosa puede pasar. Tú misma me estás diciendo que él está sospechando algo.

—Pero no sobre mi secreto. Si él se entera de que soy una ladrona y no me denuncia, se convertiría en mi encubridor. Yo no quiero arruinarle la vida y su carrera.

—Porque lo amas.

—Sí, lo amo. Y no quiero que él se vea envuelto en todo esto. Me encantaría que simplemente se fuera un día, aunque fuese con Magdalena. Así sería más fácil para todos.

Elisa deja el paraguas en un canasto, no lo usará. Ambas mujeres se terminan de abrigar, dispuestas a salir a la calle.

—¿Sabes? Igual me gustaría que todo esto tuviera un final feliz, pero en el fondo, sé que no se puede.

—Él no te trata bien. No te merece realmente. Eso tú lo sabes, por mucho que lo ames.

—Si sé, pero yo tampoco soy una santa paloma –responde Elisa—. Lo he engañado todos estos años mostrándole una mujer que realmente no existe. Yo no soy el ama de casa perfecta... soy una ladrona.

Amalia piensa en un buen consejo que darle a su amiga, pero no se le ocurre nada nuevo que decirle.

Elisa abre la puerta y sale junto a Amalia a la calle, donde las espera un taxi que las llevará al departamento de Benjamín.

—Apurémonos. Lucas dijo que era urgente –dice Amalia, con una sonrisa delatora.

—¡Ay! Lucas, Lucas, Lucas –se queja Elisa—. Siempre tan preocupada por él. Parece que te gusta.

—¿Tú encuentras? –pregunta seria Amalia.

—¡Claro que no, tonta! Ya vamos, Lucas nos espera –dice riendo Elisa, al comprobar una vez más la inocencia de su amiga. Mientras ellas caminan, Magdalena espía tras las cortinas a sus vecinas. Sabe que algo extraño traman. Ya fue advertida por Daniel, quien le pidió que vigilara a Elisa. Sabe que en algo poco normal está involucrada.

El taxi se va del lugar desapareciendo al final de la calle. Entonces, un auto negro aparece desde la otra dirección que es observado por la copuchenta vecina quien no saca su vista desde la ventana. De esta forma, logra ver a una mujer rubia que se baja del elegante auto frente a la casa de Elisa. Muy misteriosa, se acerca a la propiedad, intentando mirar por las ventanas. Busca una forma de entrar.

—¿Qué querrá esta mujer? –Se pregunta Magdalena, sin poder más con la copucha—. Bueno, cómo voy a saber si no pregunto.

Segundos después, la voluptuosa vecina sale de su casa y se acerca a la extraña con toda la intención de recabar información importante para copuchar con las vecinas más tarde. Ni siquiera le importa abrigarse, pese al frío que hace.

—¡Hola! Disculpe –dice Magdalena, llamando la atención de la visitante—. ¿Busca a la señora Elisa?

—No, o sea, sí –responde dudosa la aparecida.
—Ella no está. Acaba de salir.
—No importa, creo que volveré otro día –dice ella, acercándose al auto para partir rápidamente de ese lugar, nerviosa al ser vista por esa vecina de extraño rostro operado.

Magdalena al ver que no sacará más información, decide hacer algo rápidamente antes que la rubia se retire. No puede quedarse con la duda.

—¿Usted viene por las reuniones de catequesis?

Al escuchar la pregunta, la extraña se detiene sin subirse al auto.

—¿Reuniones de qué?
—Con la monjita.
—Con la hermana Amalia –agrega la mujer, siguiéndole el juego a la cincuentona.

—¡Con ella misma! ¿Viene a las reuniones?
—Sí, eso quería. Porque ella se está quedando en esta casa, ¿cierto?

—Sí, hace casi dos semanas que está viviendo aquí.
—Que bien. Volveré en otro momento a verla. Gracias por su ayuda –dice Teresa, la mujer que ha estado buscando desesperadamente a Amalia para recuperar su dinero. Al fin la encontró y todo, gracias a Magdalena.

La mujer se sube al auto y parte. Encontró lo que quería. 


Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora