Cap. 10 - Con fe (1)

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En un hermoso campo de verdes pastos, árboles frondosos y bellas flores primaverales, Amalia se encuentra sentada en el césped vestida con sus hábitos de monja entonando una canción con su guitarra, mientras al alrededor, las Ases y Lucas le ayudan con la letra.

—¡Canten conmigo! –grita la chica, muy contenta.

"Do, un do, un gran ladrón... Re, un reto arriesgado... Mi, millones para mí... Fa, que fácil estafar... Sol, sola ya no estoy yo... La, la vida a disfrutar... Sí, Teresa se murió y al infierno me iré yo. Do, do, do... ¡Do! Dormir no puedo más... ¡Re!, rezar no puedo yo... ¡Mi!, consciencia se pudrió... ¡Fa!, me falta honestidad... ¡Sol!, en la cárcel no se ve... ¡La! La vida le arruiné... Sí, sigo robándoles... nada terminará bien."

Amalia observa como el cielo se comienza a nublar a medida que canta, mientras que las cuerdas de su guitarra se van cortando y los alegres acompañantes se empiezan a transformar en acosadoras Teresas que no pretenden dejarla tranquila.

—¡Quiero mi dinero de vuelta! –Le dice la mujer—. ¡Eres una ladrona y te irás al infierno!

—¡No! –Responde Amalia, con una dulce voz—. Yo tengo que ayudar a los pobres.

—¡Yo estoy pobre ahora, por tu culpa! –Insiste Teresa—. ¡Por tu culpa me voy a morir!

—¡Cállate, déjame tranquila! –Dice la colorina, asustada, comenzando a taparse la cabeza con temor—. ¡Quiero despertar! Este es un sueño... ¡Es una pesadilla!

En el sueño, Amalia cae al césped de rodillas. En la vida real, se cae de la cama.

—¡Por qué tenía que arruinar mi interpretación musical! – grita la chica, mientras intenta pararse.

Dudosa, se sienta en la cama para pensar.

"Mi consciencia me está matando. ¿Por qué no puedo ser como el resto de mis compañeros de banda? No, a mí me tiene que importar lo que le pase a quienes le robo. Pero claro, ¡Yo soy la única que se deja manipular por sus víctimas! Por qué, por qué, por qué. Ya, suficiente, no puedo seguir pensando en esto. Si todo lo hice para ayudar a la pobre gente de esa población. Es la sociedad de hoy en día la que está mal enfocada. Cegada en su materialismo e individualismo. Todos quieren las cosas para sí, pero nadie se ha puesto a pensar en que hay quienes  tienen necesidad. Yo no estoy mal, yo lo hago todo con buenas intenciones.

¿Y qué tanto? Si soy mala y a los malos no nos importan los medios que utilicemos con tal de alcanzar nuestros fines. ¡Ja! Maquiavelo, mi linda, Maquiavelo. Sí, eso es. ¡Ay, no! ¿Y si mi sueño era un mensaje de Dios que me está advirtiendo que me iré al infierno? Sí, también puede ser eso. ¿Qué hago? ¿Y por qué puedo tocar guitarra en mis sueños y en la vida real no?"

Completamente confundida, la chica observa el estuche de guitarra que tiene apilado sobre cajas con papeles en un rincón de la pequeña habitación donde duerme. Con la mente ida, se da cuenta de que Elisa está parada bajo el umbral de la puerta.

—¿Cómo amaneciste? –pregunta la viuda.

—¿Me vas a creer que tuve un sueño donde tocaba guitarra al más puro estilo de La Novicia Rebelde?

—Parece que todavía sigues pegada con tus hábitos de monja. Algo me dice que no te los quieres quitar.

—¡Nada que ver! –Responde la colorina—. Si esa etapa de mi vida ya la superé. Además, me acuerdo de ese tiempo en el convento y me dan escalofríos.

—Oye, ¿y cómo tocabas guitarra? –pregunta la chica, sonriendo—. Supongo que lo hacías bien, no como el otro día aquí en la casa.

—Ya, no molestes. Si tengo muy claro que no tengo dotes musicales. Lo que me preocupa es lo que pasaba después en el sueño –relata Amalia, poniendo cara de espanto—. En un momento, aparecía Teresa y me empezaba a decir que le devolviera su dinero o me iría al infierno.

—¡Qué miedo que se te aparezca esa mujer mientras duermes!

Amalia sigue pensando, con su mirada fija en la pared. Entonces, cuando Elisa menos lo espera, la chica se para bruscamente de la cama.

—¡Ya sé que voy a hacer! –dice, mientras sale de la habitación rápidamente.

—¿Para dónde vas?

—A confesarme –responde ella, dirigiéndose a la puerta de salida.

—¿En pijama?
—Buen punto.
La colorina se detiene, levanta las cejas y camina en dirección al baño para ducharse ante una sonriente Elisa quien no deja de pensar en lo espontánea y buen amiga que es Amalia. 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora