Cap. 10 - Con fe (2)

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"Y vuelvo como el perro arrepentido. Aquí estoy, en la misma Iglesia donde hace tiempo atrás Teresa me enfrentó frente a las monjas. Pobres, tuvieron que escuchar blasfemia tras blasfemia y ahora le tocará al padre Honorato. ¡Dios mío, protégelo! No quiero le dé un infarto con todo lo que va a oír a continuación."

Amalia camina sigilosamente por el hermoso piso de la iglesia. Puede ver al Cristo crucificado colgado en la pared siendo adorado por un grupo de religiosas que de seguro, deben ser las mismas con las que ella rezaba el Ave María y el Padre Nuestro.

Intentando pasar desapercibida, camina hasta el confesionario, donde está el padre Honorato, sin siquiera imaginar todo lo que tendrá que escuchar. El As se arrodilla, lista para comenzar a hablar.

—Buenos días, hija. ¿Quieres confesarte? –pregunta el cura.

—La pregunta debería ser si usted está dispuesto a confesarme –responde Amalia, impactando un poco al viejo—. Pero sí, digamos que necesito decirle unas cuantas verdades. O sea, en el buen sentido de la palabra. No es mi intención ofenderlo.

—¡Hija! Por favor, calma –exclama el religioso, intentando callar a esa nerviosa muchacha que no para de hablar.

—Sí, tiene razón. En todo caso, no quiero que diga después que no le advertí.

—Ya, ya, comienza no más –la calla el cura, quien al parecer es corto de genio—. ¡Ave María Purísima!

—Sin pecado concedido –responde Amalia.
—Sin pecado concebida –corrige el hombre.
—¿Cómo dice?
—Que me tiene que responder "concebida" no "concedido" –explica el hombre.

—Sí, claro, ya lo sabía. Ve que vengo de colegio de monjas. —Disculpe hija, ¿usted hizo la primera comunión?
—¡Claro que la hice! He cumplido con todos los sacramentos habidos y por haber. Hasta los inventados por la Iglesia – responde Amalia—. Digo, sin ofender.

—Ya, ya, no se justifique tanto y comience con su confesión, mire que no tengo todo el día.

Amalia se acomoda en el lugar donde está, dispuesta a comenzar a hablar.

—Padre, he pecado –dice seria el As. —Te escucho. 

—Pasa que yo soy estafadora. De hecho, en el colegio católico en el que estudiaba me robé dos veces el libro de clases para cambiar las notas, copié en diversos exámenes y siempre que fui tesorera me quedé con la plata. Nunca me pillaron eso sí.

—Ya, diga dos Ave María y un Padre Nuestro y estamos al otro lado.

—Es que eso no es todo. Porque después que salí del colegio. A propósito, originalmente yo debía repetir cuarto medio pero hubo un error en las notas y misteriosamente pasé. Gracias a Dios.

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora